Fósiles en Barcelona
Edificios de la ciudad conservan restos de seres vivos de hace 140 millones de años
Hace un par de años, el Colegio Oficial de Geólogos de Barcelona y la Generalitat de Catalunya editaron conjuntamente una guía fascinante sobre nuestros antepasados más remotos. Se titulaba Fòssils urbans y lo firmaban la paleontóloga Anna Cornella y el fotógrafo Bernat Sanz. Desde que lo leí no dejo de observar las paredes, buscando el rastro de antiguos cangrejos o de venerables erizos de mar, que el tiempo radiografió en infinidad de piedras con que fueron construidos muchos de nuestros modernos edificios.
Aunque uno no sea consciente de ello, nuestro planeta lleva un registro meticuloso de todos los organismos que lo han habitado; una contaduría de seres que se han visto obligados a adaptarse a las muchas variaciones de la naturaleza. Sobre las paredes de esas casas, por delante de las cuales pasamos cada día, se ciernen, como sombras de un tiempo ignoto, las siluetas de animales que se extinguieron hace millones de años.
Una guía recopila un muestreo de 142 fósiles, a pie de calle y visibles por el transeúnte
Los restos están en todos los barrios, en fincas de distintas épocas y de todos los estilos
Los más antiguos localizados en la ciudad datan del Mesozoico, concretamente del Cretácico Inferior, hace unos 140 millones de años. Se trata de moluscos de diversos tipos, como los que pueden encontrarse en las paredes de una farmacia de la calle de la Maquinista, en la Barceloneta; los que adornan las paredes del número 161 de la calle de Bailén; la colonia marmolizada del número 346-348 del paseo de Maragall; o los que resaltan en la fachada de la empresa de productos de cosmética Bella Aurora, al final de la calle de Balmes.
Resulta inquietante pensar que muchas de las formas incrustadas en las paredes de Barcelona no son caprichos de la naturaleza, sino seres vivos que aparecen ante nuestros ojos si aprendemos a buscarlos. Esas manchitas blancas que tienen muchas piedras no son chinitas enquistadas, sino parientes lejanos de un tiempo no muy posterior a la extinción de los dinosaurios. La misma guía nos da la clave para convertirnos en cazadores de fósiles. Hay que buscar rocas sedimentarias, que un día formaron parte del fondo marino. Son fáciles de localizar pues presentan un aspecto de conglomerado. Por tanto, hay que desechar las construcciones de aspecto uniforme, hechas con piedra volcánica o metamórfica (y por supuesto las de piedra artificial). Así podemos toparnos con los restos de unas algas de la era Terciaria, en las puertas del Palau de la Virreina, en La Rambla; con un molusco igual de antiguo junto al escaparate de Sfera, en la plaza de Catalunya; o con las señales de unos protozoos del mismo período, en la puerta de la tienda de artículos para deporte Decathlon, entre la plaza Villa de Madrid y la calle de Canuda.
Ésta no es una expedición a lugares remotos y deshabitados. Los fósiles están en todos los barrios, en fincas edificadas en distintas épocas y de diversos estilos; incluso en sitios donde muy probablemente usted y yo nos hemos sentado alguna vez. Aunque los ancianos y los turistas que descansan sobre ellos lo desconozcan, en los bancos de piedra negra que hay frente a la catedral destaca en color blanco la forma de un erizo del Eoceno, de hace unos 55 millones de años. Y en el portal de la granja Nova Montserratina -de la calle de Portaferrissa-, puede verse otro erizo con sus púas del mismo período. A veces son auténticas colonias de bichitos, como el batiburrillo de conchas en el número 590 de la calle de Córcega, o el grupo de protozoos del período Eoceno, en la finca número 3 de la calle del Doctor Joaquim Pou. Otras veces son individuos solitarios, como el caracol del número 97 de la calle de Olzinelles, en Sants. Los hay minúsculos, como la punta de un erizo en el número 52 de la calle de Sant Quintí. O de más de 60 centímetros, como el rastro de un cangrejo en el Paseo de Gràcia número 61. Incluso hay edificios con varios de ellos, como la Torre Nova Diagonal de la calle de Fluvià.
Los autores de la guía avisan. Ellos sólo han hecho un muestreo de 142 fósiles, todos a pie de calle y visibles por el transeúnte. Pero hay muchos más; algunos imperceptibles en una esquina; otros invisibles al encontrarse situados a cierta altura. Quizás lo más interesante de este libro es lo que no aparece en él; ese ejemplar que usted puede encontrar a poco que preste atención. Con los niños en casa de vacaciones, éste podría ser un buen ejercicio para desarrollar sus dotes detectivescas y aprender algo de biología sin salir de la ciudad. Suerte y buena caza.
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