La burbuja también era demográfica
Según datos que acaba de publicar el INE, la población española ha disminuido en el primer semestre de 2011, debido a que baja el número de extranjeros. La crisis parece haber llegado a la demografía.
En realidad, la famosa burbuja no fue solo inmobiliaria y financiera, fue también demográfica. Entre 1998 y 2007 se produjo el mayor crecimiento poblacional de la historia, atribuible prácticamente en su totalidad a la masiva llegada de inmigrantes. La inmigración provocó también un notable incremento de los nacimientos, pero la capacidad reproductiva de la población siguió siendo insuficiente para asegurar la sostenibilidad demográfica en ausencia de una aportación constante e importante de nuevos inmigrantes. A cubierto de un excepcional y entonces celebrado dinamismo demográfico, el rey seguía desnudo.
Hasta final de 2010, la población extranjera siguió creciendo, aunque muy moderadamente. A pesar de la situación del mercado de trabajo, todavía siguen llegando inmigrantes (por reagrupación familiar, por ejemplo) y las entradas en el primer semestre de 2011 han sido apenas inferiores a las del semestre correspondiente de los dos años anteriores, estando hombres y mujeres muy igualados. En las salidas de extranjeros, la situación es muy distinta: desde 2009 se marchan más hombres que mujeres y entre los hombres en edad de trabajar (25-64 años) las salidas superan a las entradas. Con los inmigrantes ha ocurrido lo mismo que en el conjunto de la población: la crisis ha tardado más en afectar al empleo femenino, pero ha acabado por llegar. En el primer semestre de 2011 disminuye la población extranjera porque aumentan las salidas de mujeres, hasta casi igualar a las de hombres, y para los dos sexos las salidas superan con creces a las entradas. El mercado de trabajo que atrajo inmigrantes, ahora los expulsa.
La persistencia de un bajo nivel de fecundidad desde hace más de treinta años exige, para el simple mantenimiento de la población, la existencia constante de una inmigración neta suficiente. Los últimos datos muestran la debilidad de este modelo y confirman que la inmigración no puede sustituir a la fecundidad como base de la sostenibilidad demográfica porque no solo su llegada, sino también su permanencia, dependen esencialmente del mercado de trabajo. Los efectos, antes positivos, se tornan muy negativos. La salida de los que pueden trabajar (probablemente los más capacitados) acentúa ahora y en el futuro la dependencia, el envejecimiento y la disminución de la población en edad de trabajar.
En los datos no hay nada que no hubiera podido ser previsto. Una sociedad basada en la inmediatez y en el enriquecimiento de unos pocos a costa de la mayoría no puede afrontar los malos tiempos con la solidaridad y la visión que permiten preservar el medio y largo plazo. El abandono progresivo de los parados a su suerte, la exclusión de un alto porcentaje de jóvenes del mercado de trabajo, de la vivienda y de la vida familiar, así como la ausencia de políticas eficaces que permitan a las familias trabajar y cuidar a los hijos, están simplemente destruyendo nuestro futuro.
Juan Antonio Fernández Cordón es demógrafo y economista
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