_
_
_
_
Reportaje:75 años después

¿Es posible cerrar las fosas de la memoria?

Un enfrentamiento civil deja heridas incluso en cada familia. Sería preciso trascender las lecturas interesadas e intentar, al menos, un relato común de lo ocurrido

José Andrés Rojo

Todavía hoy algunos balazos parecen conservar intacto su poder destructivo. Durante las primeras semanas de este mes se exhumó una fosa común de más de treinta metros de largo en Gumiel de Izán (Burgos). La hipótesis de que allí estuvieran enterrados un grupo de ferroviarios que fueron asesinados el 18 de agosto de 1936 es una de las que se barajan para poder llegar a establecer la identidad de aquellos muertos que yacen, uno detrás de otro, en un paraje conocido como La Legua. Los investigadores han establecido, a partir de las vainas de fusil y las balas rotas encontradas junto a los huesos, que muchos de ellos cayeron allí mismo de un disparo en la cabeza. Son esos balazos los que siguen resonando porque todavía no se sabe a quiénes se llevaron por delante. Se han encontrado un crucifijo, que pudo haber pertenecido a un franciscano de la zona al que trataban de rojo por criticar la miseria en la que vivían los campesinos, y un corsé ortopédico, que acaso perteneció a un maquinista de la estación de Aranda de Duero.

Parece que hoy se intenta construir nuevas trincheras invisibles para seguir librando una vieja guerra
Que la Real Academia de la Historia no haya sido extremadamente delicada confirma cuánto queda por hacer

Las fosas con los restos de los que fueron asesinados por las fuerzas franquistas ha sido seguramente uno de los temas relacionados con la Guerra Civil que más presentes han estado en la sociedad española durante estos últimos años. Fueron muchos nietos de los que padecieron el conflicto los que, en un momento dado, preguntaron por sus abuelos. Y es ahí donde empezaron las respuestas vagas o los silencios y se hizo evidente, según cuentan muchos de los que se embarcaron en estos procesos, un miedo que seguía vivo en los supervivientes pese al tiempo transcurrido.

La torpeza a la hora de gestionar políticamente la legítima demanda de muchos familiares para recuperar a sus muertos, y poder así volver a enterrarlos y realizar ese duelo postergado desde hace tanto tiempo, ha generado numerosas tensiones que parecían desaparecidas, y que subieron de intensidad cuando el juez Baltasar Garzón, ante la alarmante falta de eficacia de la llamada Ley de la Memoria Histórica para resolver estos problemas, decidió intervenir. No son, sin embargo, solo las fosas las que han reclamado la atención de una sociedad que cada vez tiene menos que ver con la que padeció la dictadura de Franco y que, por tanto, se pregunta por el sentido de la pervivencia de algunos símbolos que siguen glorificando aquel régimen. Un grupo de expertos está discutiendo qué hacer con el Valle de los Caídos, el complejo monumental donde está enterrado Franco.

Setenta y cinco años después del golpe de Estado de los militares rebeldes, hay todavía otras cuestiones que siguen abiertas. La manera de contar lo que sucedió entonces es una de ellas. Hace poco, la presentación de un Diccionario biográfico español realizado por la Real Academia de la Historia levantó una fuerte polémica. En el tratamiento dado en ese trabajo a algunos de los protagonistas de la guerra (el propio Franco, entre ellos), más que la búsqueda de un escrupuloso rigor histórico, lo que prevalece es el afán por dulcificar las asperezas de los responsables del golpe, con lo que se rescatan algunos elementos que han caracterizado la versión de los vencedores. En cuanto a los vencidos, algunas de las entradas (como la de Manuel Azaña) están llenas de errores y recurren, para definir la actividad de Negrín, por ejemplo, a fórmulas propias de los propagandistas de la dictadura y se refieren a su Gobierno como "prácticamente dictatorial".

Las fosas, el Valle de los Caídos, el Diccionario biográfico español: hay momentos en que parece que hoy se intentara construir de nuevo unas trincheras invisibles para seguir librando una vieja guerra, y volver así a servirse del pasado para sortear las batallas del presente. El problema acaso resida en la manera de volver la vista atrás. Porque hay muchas maneras de plantearle preguntas al pasado. Una de ellas lo que subraya es una deuda pendiente, y quiere hacer cuentas. Puede ocurrir, sin embargo, que al hacerlas se utilicen los valores de hoy para saldar los asuntos de entonces.

En el afán de reclamarle una deuda pendiente al pasado, la que conoce la afrenta suele ser la memoria individual (ahora que cada vez quedan menos de los que vivieron el conflicto, lo que permanece es muchas veces su relato de lo ocurrido). Una memoria, la individual, que es siempre legítima, pero que selecciona y se construye también alrededor de unos cuantos olvidos, que es caprichosa, que engrandece algunos detalles y minimiza otros. Seguramente todos los derrotados en la Guerra Civil miran ese pasado con ira, y es lógico que en determinados casos tengan todo el derecho de exigir reparaciones. Pero la memoria individual nada tiene que ver con las llamadas memoria colectiva, histórica, externa, social: "Nadie recuerda ni puede recordar lo sucedido fuera del ámbito de su propia existencia", decía Francisco Ayala. Y tiene razón: ¿cómo recordar lo que han vivido otros?

Esa otra memoria, la que quiere convertirse en la de unos cuantos (un grupo, una tribu, una asociación, una nación), es siempre una construcción interesada y suele servir para establecer los rasgos de una identidad común, definir las claves de pertenencia a una colectividad determinada, y muchas veces se concreta en abstracciones cargadas con la dinamita de lo exclusivo.

Comunistas, anarquistas, nacionalistas, socialistas, sindicalistas, carlistas, falangistas, franquistas, republicanos, y vaya usted a saber quién más, siguen sirviéndose de la Guerra Civil para reforzar sus propios relatos (ya sea como víctimas, ya sea como salvadores) sobre lo que pasó, y para justificar o adornar su discurso sobre el presente. Preguntarle al pasado por una cuenta pendiente conduce a seguir situando la discusión en el terreno político. Y así, 75 años después de que empezara todo, siguen imponiéndose aquellas versiones en las que predomina el blanco y negro y se difuminan los grises.

Hay otra manera de relacionarse con el pasado. No tanto reclamar una deuda pendiente, como preguntarse por lo que de verdad ocurrió. Es lo que hacen los historiadores, y han sido muchos los que en los últimos años han contribuido a revelar las múltiples aristas de un conflicto habitualmente muy confuso por las interpretaciones que unos y otros dieron sobre lo que pasó para justificar sus respectivos comportamientos.

No siempre es posible dar una explicación unívoca a hechos complejos, pero eso no significa que valga cualquier relato, y mucho menos que el esfuerzo por acercarse con el mayor rigor a los hechos signifique amenazar, como se ha dicho, la libertad de expresión del historiador. ¿Por qué hubo una guerra? Podrá haber infinidad de matices en la respuesta, pero esta se produjo porque un grupo de militares, con un amplio respaldo civil, no consiguió que triunfara el golpe de Estado con el que pretendían tomar el poder y detener así las reformas que había puesto en marcha la República. ¿Qué régimen se impuso al terminar el conflicto? Una dictadura personalista, que se apoyó en el Ejército, en la Iglesia y en un partido único, y que desencadenó una brutal represión para garantizar su continuidad.

Entre el golpe y la victoria final de Franco se sucedieron acontecimientos de muy distinto calado. Lo que, en cualquier caso, produjo la rebelión de los militares fue la violenta exigencia a la que se sometió a cada español para que tomara partido. Por mal que fueran las cosas, por duras que hubieran sido las amenazas que la República padeció en sus peores momentos, solo el golpe de julio impuso la obligación de decantarse: o ellos o nosotros. La rebelión destruyó las estructuras de mando del Ejército, y no era fácil saber a qué atenerse ni tener plena certeza sobre cuántos de los uniformados seguían obedeciendo al régimen legal. Los primeros en caer, las primeras víctimas de los golpistas, fueron sus compañeros de armas. En una tesitura de total descontrol, y ante un alarmante vacío de poder, el Gobierno decidió repartir armas a la población para combatir a los golpistas. La violencia vengadora de muchos de estos grupos armados se dirigió contra los representantes del antiguo poder: sacerdotes, guardias civiles, policías, patronos, administradores de fincas. La República ya no solo debía combatir contra las tropas del ejército rebelde, que contaron desde muy pronto con el apoyo material de Italia y Alemania, sino que tuvo también que poner coto a los desmanes que se estaban produciendo entre los suyos.

Lo más grave de una guerra civil es que, de alguna manera, se produce en el interior de cada familia. Los que compartieron el mismo pan de pronto se ven situados en diferentes trincheras y les toca luchar por su supervivencia muchas veces en contra de los suyos. Es difícil reparar el dolor que todo eso comporta, cerrar esa inmensa herida. Pero el paso del tiempo quizá lo que permita saber es cómo sucedieron de verdad las cosas. ¿Será posible algún día establecer en relación a la Guerra Civil algunos puntos que estén más allá de las distintas interpretaciones y de las lecturas interesadas, y se pueda, por tanto, trascender las distintas memorias colectivas para volver al terreno de la historia?

Seguramente el desafío pendiente siga siendo el de volver a los hechos, y eso pasa por la lenta y paciente demolición de los mitos y leyendas que construyeron los vencedores (y también los vencidos) sobre su papel en aquel terrible drama. Que haya sido la propia Real Academia de la Historia la que no haya sabido ser extremadamente delicada con un material tan inflamable solo confirma cuánto les queda por hacer a los españoles para volver al pasado con honradez y coraje para entender lo que de verdad pasó.

Fosa de Gumiel de Izán, de más de 30 metros, en la que se han hallado 59 esqueletos.
Fosa de Gumiel de Izán, de más de 30 metros, en la que se han hallado 59 esqueletos.ÓSCAR RODRÍGUEZ
Francisco Franco en 1937. Lleva el símbolo falangista prendido en el bolsillo de su uniforme.
Francisco Franco en 1937. Lleva el símbolo falangista prendido en el bolsillo de su uniforme.ARCHIVO HULTON / GETTY IMAGES

Hechos clave en el golpe de julio del 36

» 16 de julio. El general Anselmo Balmes, jefe militar de Gran Canaria, muere de un disparo en extrañas circunstancias y en el momento en que Franco precisaba de un pretexto para salir de Tenerife sin despertar sospechas. En Gran Canaria le aguardaba el avión Dragon Rapide, contratado por los conspiradores.

» 17 de julio. Franco preside las exequias de Balmes en Las Palmas. Por la tarde, en Melilla, un grupo de mandos detiene al general Manuel Romerales, jefe de la circunscripción oriental del protectorado español en Marruecos, por no apoyar la rebelión (le fusilaron semanas más tarde). También arrestan al general Agustín Gómez Morato, principal mando militar español en el norte de África, y comienzan los encarcelamientos o asesinatos de personas incluidas en las listas negras.

» 18 de julio. Se sublevan varias guarniciones peninsulares. Franco vuela a Marruecos en el Dragon Rapide, pero pernocta en Casablanca, fuera de la zona del protectorado español. Fuerzas del "director" del golpe, Emilio Mola, detienen al general Domingo Batet, jefe de la VI Región (Burgos), gran parte de cuyo territorio pasa a manos rebeldes. (Batet fue ejecutado meses después).

» 19 de julio. Franco recala en Tetuán y lanza una proclama: "España se ha salvado (...) Podéis enorgulleceros de ser españoles, pues ya no caben en nuestro solar los traidores". El golpe se extiende. Tras la dimisión del jefe del Gobierno, Santiago Casares, el designado para sustituirle, Diego Martínez Barrio, fracasa en sus gestiones con jefes sublevados (Mola, Miguel Cabanellas) para frenar el movimiento. Se forma otro Gobierno, encabezado por José Giral, que da curso a la exigencia de sindicatos y partidos políticos para armar a sus milicias.

» 20 de julio. El general José Sanjurjo, protagonista de una intentona en 1932 y probable jefe del Estado si hubiera triunfado el golpe de 1936, muere al estrellarse el avión que había ido a recogerle a Portugal. La sublevación fracasa en Madrid y Barcelona, se lucha en Andalucía y otras zonas. El Gobierno manda barcos al Estrecho para impedir el paso del ejército de África a la península. Franco realiza su primera petición urgente de aviones y pertrechos a Italia y otros países. -

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_