Recordando a 'mister' Holmes
En noviembre de 1891, Arthur Conan Doyle envió a su madre una carta en la que le comunicaba que pensaba asesinar a Holmes, "liquidarlo de una vez por todas", para poderse dedicar a más altas empresas. La señora Doyle, que ya debía estar acostumbrada a las excentricidades del tercero y más famoso de sus hijos, le contestó a vuelta de correo que podía hacer lo que le viniera en gana, pero le advertía que "la multitud (the crowd) no se lo tomaría a la ligera". Para entonces Sherlock Holmes, ya había fagocitado en fama y prestigio al médico escocés que lo había creado, de modo que, tal como su madre le había adelantado, la "multitud" no se tomó muy bien que el detective y su némesis, el doctor Moriarty, fueran testarudamente asesinados en El problema final (1893) mediante el expeditivo procedimiento de despeñarlos por la catarata de Reichenbach.
El detective de Conan Doyle era tan popular que la gente le escribía cartas a su domicilio de 221b Baker Street exponiéndole sus problemas
De la irritada decepción de los millones de lectores que seguían los casos del detective en todo el mundo (solo The Strand Magazine, que era la revista en la que aparecían sus historias sueltas, alcanzaba tiradas superiores al medio millón de ejemplares) dan buena cuenta los periódicos de la época y, sobre todo, el hecho de que Doyle se viera obligado a rescatarlo (sin dar explicaciones) en esa obra maestra de la literatura policiaca que es El perro de los Baskerville (1901), y a resucitarlo de pleno derecho en La aventura de la casa vacía (1903). Holmes era tan popular que la gente le escribía cartas a su domicilio de 221b Baker Street exponiéndole sus problemas y suplicándole que se esforzara en resolverlos. Para entonces el detective ya se había convertido en un héroe nacional, una criatura real a la que se profesaba un culto cuyos tardíos y turísticos flecos pueden apreciarse todavía en esos walking tours literarios que, aunque comienzan a las once de la mañana, invitan a los fans del escritor a seguir sus pasos por un Londres inexistente del que se ponderan las "calles con luz de gas y el traqueteo de los coches de caballos".
De ahí que no resulte extraño el pequeño revuelo mediático que ha causado el anuncio de la publicación, el próximo noviembre, de la hasta ahora perdida primera novela de sir Arthur Conan. The narrative of John Smith, que es como se titula, fue escrita hacia 1883, cuando el entonces joven médico estaba en los inicios de su carrera. El original de la novela, enviado a un editor, se perdió en el camino, lo que obligó a su autor a rehacerla parcialmente. Lo que se publicará en otoño son precisamente los primeros seis capítulos de aquella frustrada novela, que han aparecido entre los papeles del escritor que conserva la British Library. Y, aunque en ella no aparecen ni mister Holmes ni el doctor Watson, y ni siquiera es de asunto policiaco, los editores, conscientes del tirón que siguen teniendo las aventuras del detective, se han apresurado a explicar que tanto en su protagonista, como en su ama de llaves, se aprecian rasgos que luego mostrarán Sherlock Holmes y la muy juiciosa señora Hudson, la encargada de tener en (relativo) orden la vivienda de Baker Street.
En todo caso, el detective tendría que esperar hasta 1887 para su aparición inicial en Estudio en escarlata, la primera de las 56 aventuras que componen el "canon holmesiano" (véase la edición de Jesús Urcelay en Todo Sherlock Holmes, Cátedra). En esa novela, que se sigue leyendo con gusto, se produce el primer encuentro entre el detective y el que será su amigo y cronista, y en el que, tras el cortés "¿cómo está usted?", y sin esperar respuesta de su hasta entonces desconocido doctor Watson, Sherlock Holmes añade: "Por lo que veo, ha estado en Afganistán". Un fulgurante debut para el detective más famoso -y sabio- de la literatura.
Babelia
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