El debate de fin de ciclo
En el actual escenario político español se ha producido un eclipse de liderazgo. Zapatero aparece medio retirado de la escena y ya casi amortizado. Rajoy, por su parte, se esconde para no tener que cambiar de perfil y hacer propuestas concretas. Su lugar, el lugar de los líderes nacionales, lo empiezan a ocupar cada vez con mayor insistencia los barones regionales. Liderazgo plural y light para un país en situación de emergencia nacional y marcado por los tristes y tan poco fotogénicos imperativos de la gestión de la austeridad. Esa es la imagen del sistema político.
Fuera, en sus márgenes, crece el ruido y la furia pacífica de quienes han planteado una enmienda a la totalidad de su funcionamiento, el Movimiento 15-M y una opinión pública decepcionada con su rendimiento. Entre ambos, la gestión de la crisis y el descrédito de la política, se cierra una pinza que amenaza con quitarle el poco oxígeno que le queda a la política institucional española.
Es la última ocasión de Zapatero para justificar lo hecho a lo largo de este año
La semana que viene cambiarán las tornas y reaparecerá brevemente el liderazgo nacional con motivo del debate sobre el estado de la nación. Será el momento de la respuesta de nuestros líderes estatales a este retrato tan poco gratificador, y, desde luego, el último con estos contrincantes. Es la última oportunidad para saber si están en condiciones de insuflar aire nuevo al sistema o si, por el contrario, vamos a tener más de lo mismo. No es que esperemos gran cosa. Zapatero probablemente insistirá en la defensa de sus medidas contra la crisis, y Rajoy en su habitual crítica crispada contra el Gobierno. Quizá incluso nos sorprenda con alguna propuesta; seguro que tampoco desperdiciará la ocasión para cargar contra el actor oculto en este debate, el candidato Rubalcaba. La imposibilidad de que el vicepresidente pueda aparecer directamente en el mismo confiere a la ocasión un claro aire de simulacro. Es lo que tiene esta situación de bicefalia.
En todo caso, no es el momento de Rubalcaba, sino el del presidente. Su última oportunidad para captar la atención y justificar lo hecho a lo largo de este año, probablemente el más duro de su mandato. En este debate se juega algo más que quedar por delante en las encuestas encargadas de designar al ganador. Lo que en él se decide es la imagen de sí mismo que desea legar a la posteridad, su prestigio como hombre de Estado. Es la representación final de su papel en el escenario de la política antes de que caiga el telón final, el último acto. Un ciclo se cierra y comienza otro. Después del debate volverá el protagonismo de Rubalcaba para el partido en el Gobierno, habrá desaparecido el momentum.
Zapatero no lo tiene fácil. No podrá evitar una clara actitud defensiva aunque enfrente tenga al contrincante de siempre. No es contra él contra quien ha de protegerse, sino contra la dolorosa percepción de no haber sabido mantener la confianza de los suyos. Y se equivocaría de nuevo si, como hizo en la justificación de la derrota en las últimas elecciones, presenta la crisis como un fenómeno de la naturaleza, algo fuera de la acción humana y por cuya gestión no hay que rendir cuentas. Su tarea ahora debería ser el reconocimiento de la política como contingencia, de cómo supo sortear la dictadura de los hechos; de la labor que casi siempre ha permanecido al margen de la atención mediática, la función sorda y cotidiana de reajustar la política gubernamental a los condicionantes del nuevo escenario; y el siempre difícil empeño de legislar, lo mucho que se ha hecho en ese campo. Frente a la más fácil política de la primera legislatura, desplegada bajo ventajosas condiciones atmosféricas, debe reivindicar el valor de la ética de la responsabilidad ante la fatalidad de la borrasca. Y presentar resultados.
Pero no hay glamour para un político en horas bajas, que con toda seguridad se verá sujeto a un duro forcejeo por todos los grupos parlamentarios. Ni suma puntos tampoco el imponerse en la brega dialéctica a un adversario que va sobrado en la intención de voto. Parece que ya es demasiado tarde para todo. Salvo, quizá, para demostrar que ha recibido el mensaje de las urnas y de la calle. Es la oportunidad para que la clase política nos demuestre que no vive encapsulada del resto de la sociedad y que hay situaciones en las que más allá de sus instintos de escorpión puede llegar a alcanzar algún gran acuerdo de base. Ese es el liderazgo que todos estamos esperando.
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