Balompié salvador
"Hacer deporte es hacer Patria" reza un eslogan oficial difundido con insistencia entre la juventud venezolana. No sabe este crítico si a Marcel Rasquin le quita el sueño el concepto de patria, pero Hermano, su primer largometraje, delata una convicción en el poder redentor del deporte similar a la de quienes acuñaron la frase. El fútbol aparece como verosímil excusa para revivir un modelo narrativo bastante gastado por el uso: el melodrama de ascensión, redención (y salvación) personal; en suma, aquello que los anglosajones denominan rags to riches y que identifica el trayecto del desamparo a la riqueza.
En Kids return (1996), Takeshi Kitano había contado, con su delicadeza habitual, una historia parecida, pero que alteraba la inercia del género: allí, dos malos estudiantes tomaban los caminos dispares del boxeo y la yakuza para acabar reencontrándose en un mismo limbo de desconexión y fracaso. Aquí, la atracción de las malas calles y la posibilidad de un contrato futbolístico marcan los dos polos en que se libra el pulso por la salvación, o la condena, de un par de hermanos de un problemático barrio de Caracas.
HERMANO
Dirección: Marcel Rasquin.
Intérpretes: Ali Rondón, Beto Benites, Eliu Armas, Fernando Moreno, Gonzalo Cubero.
Género: drama. Venezuela, 2010.
Duración: 97 minutos.
Rasquin opta por la realización enfática, el chirriante montaje musical y el periódico recurso al golpe bajo melodramático, y a ratos tremendista, para desgranar un relato que, guiado por la loable intención de reflejar una realidad problemática, acaba saboteándose a sí mismo. Hay energía y vehemencia en esta ópera prima, pero todo muere en unas formas de expresión a las que se les ha pasado la fecha de caducidad.