Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir
Hace muy poco, delante de mucha gente y en Granada, le pedí a Mario Vargas Llosa que nos contara otra vez aquella historia de cómo Pablo Neruda comía con dos cucharas, una en cada mano, porque esa imagen me parece la mejor explicación de sus tres libros de Odas elementales, que son mis favoritos entre todos los suyos por la forma en que resumen su fascinación por lo sencillo y su capacidad para transformarlo en algo sublime. Sin ir más lejos, la misma cuchara, ese utensilio que "levanta / hacia la boca / el más / antiguo / beso / de la tierra"; que trepó "con el hombre / las montañas", descendió a los ríos y llenó "embarcaciones y ciudades / castillos y cocinas", y cuyo sueño, porque las cucharas también sueñan cuando están en la mano de Neruda, es reinar "en un mundo / sin hambre / iluminando todos los rincones, / todos los platos puestos en la mesa", mientras perfuma el aire "un vapor oceánico de sopa". Como nada de eso ha ocurrido aún, las cucharas han terminado por convertirse en martillos y la gente sale a la calle a golpear con ellas sus ollas vacías, como ocurrió la otra noche junto a la casa del alcalde de Madrid, que mientras era perseguido por las aceras, como es muy buen lector seguro que recordó la "palpitación / de fuego y cacería" de la que habla Neruda en su poema. Fue desagradable, pero no fue una sorpresa: "Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir", decía Shakespeare desde uno de los carteles que los jóvenes del 15-M pusieron en la Puerta del Sol. El que avisa no es traidor.
A Juan Urbano y a mí nos gustó el artículo que publicó aquí mismo y al día siguiente de la persecución, el hijo del alcalde, porque se le notaba dando latigazos con cada frase para dominar la furia; porque recordaba el consejo de Ortega según el cual, "hay que pensar con arquitectura; es decir, con perspectiva"; y porque reconocía que el movimiento Democracia Real Ya ha traído una mirada joven y diferente a nuestra política, tan a menudo viscosa y siniestra, aunque vaticinaba que esa fuerza "no servirá de nada si no se defiende de los peligros que lleva en sí misma".
¿Qué peligros son esos? Para él, y en eso ya no estamos de acuerdo ni Juan Urbano ni yo, lo que está ocurriendo es que "lo que empezó como una protesta noble, justificada, de espíritu pacífico y colaborador, se está transformando en una fuente de radicalismo y violencia", puesto que los manifestantes "exigen nuevos derechos sin respetar los existentes".
En realidad, lo que ocurre es justo lo contrario: son los poderes que gobiernan este mundo entregado a la injusticia del dinero quienes no han respetado los derechos de los ciudadanos y los recortan cada día para seguir enriqueciéndose a su costa. Y, por descontado, le sobraba esa advertencia a la prensa, "que si sigue ignorando estos hechos estará colaborando a la creación de una sociedad enferma", entre otras cosas porque no se puede crear lo que ya existe, y esta sociedad ya está enferma, como demuestran desde la crisis económica hasta las guerras supuestamente democráticas que siguen llenando el mundo de muerte y cicatrices.
La gente tiene todo el derecho del mundo a protestar golpeando sus ollas vacías, y los causantes en mayor o menor medida de esa furia no se pueden presentar como víctimas de sus damnificados, ni quejarse de que les persigue la gente a la que atropellan, porque eso no se lo cree nadie. A Juan Urbano y a mí no nos gusta que se acose ni al alcalde y su familia ni a ninguna otra persona, naturalmente, y si hay que explicar eso apaga y vámonos, pero tampoco que el Ayuntamiento nos persiga a nosotros.
Las formas fueron malas, pero hay que mirar al fondo de este pozo en el que nos han metido y ver que si ahí nadan los peces más oscuros del idioma, la cólera, el rencor, la ira, la indignación y otros sinónimos, es porque no se puede más, hasta aquí hemos llegado. Tampoco nos gusta que zarandeen a Cayo Lara cuando se presenta a ver cómo se impide un desahucio en Madrid, pero ¿qué espera, que le reciban con flores mientras él pacta con la derecha en Andalucía y Extremadura? Seguro que todo eso ya lo sabe Alberto Ruiz-Gallardón porque es un hombre inteligente: se le nota por lo bien que ha educado a su hijo.
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