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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fuera del mundo

Los errores del 'Diccionario biográfico' muestran que la Academia de la Historia vive en el pasado

En el Diccionario biográfico español de la Real Academia de la Historia (RAH) no se califica a Franco de dictador y se dice que Negrín estuvo al frente de un Gobierno "prácticamente dictatorial". Son solo dos valoraciones de una obra que reúne 43.000 biografías en 50 volúmenes y en la que han participado 5.500 autores, pero que no se ajustan a lo que sostienen, con un apabullante repertorio de hechos documentados y contrastados, los trabajos históricos realizados con una mínima solvencia científica. Que Franco fue un dictador y que Negrín presidió el Gobierno de una República parlamentaria son verdades históricas indiscutibles.

Por la información que se ha publicado, estos errores no son los únicos. Uno de los desafíos a los que se enfrentan las democracias que proceden de una dictadura es la de desmontar los mitos y leyendas que esta ha construido para justificar sus excesos. El papel de muchos historiadores respecto a la dictadura de Franco ha sido, en ese sentido, ejemplar: hay ya un amplio acuerdo sobre su origen y desarrollo. Uno de los papeles de una academia de la historia debería tener que ver con la voluntad de garantizar el rigor con que se reconstruyen aquellos sucesos del pasado que han sido tergiversados por intereses concretos. Y colaborar así en la construcción de un relato histórico que se acerque a la verdad de los hechos, y que no privilegie ninguna versión de los mismos.

La RAH no parece haber actuado en esa dirección. Referirse a la República, como el "enemigo rojo" y aceptar sin más el tratamiento, de "fuerzas nacionales", que el ejército rebelde se dio a sí mismo son síntomas de una ligereza preocupante, en la medida en que consagran la lectura de la Guerra Civil que hicieron los vencedores. Pero el franquismo no solo contó este episodio a su manera, sino que, en su proyecto de liquidar cualquier huella de la tradición liberal española, reescribió también desde sus propios valores toda la historia anterior. ¿Cómo se han contado en este Diccionario las biografías de los conquistadores de América, de los defensores de las Cortes de Cádiz, de los progresistas del siglo XIX? Si la mirada dominante es la misma que ha llevado a Luis Suárez (el autor de la biografía de Franco) a decir que Escrivá de Balaguer sintió "presagios de una llamada divina", se confirmaría que los prejuicios del nacionalcatolicismo siguen vivos y que no se justifica una subvención de 6,4 millones para conservarlos. Pero es imposible revisar los matices de 43.000 biografías. La garantía de su rigor debe proceder de la institución que la realiza.

La RAH vive al margen de la sociedad española y ha sido incapaz, al contrario que la Real Academia Española, de comunicar sus iniciativas. El Diccionario era una oportunidad para proyectar su trabajo. Unos cuantos ejemplos muestran que la versión franquista de la historia sigue allí viva. Su director, Gonzalo Anes, debe explicar cómo ha permitido que se sustancie en una obra colectiva hecha con dinero público.

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