Balenciaga vuelve al mar
Getaria inaugura tras 12 años de obras el museo dedicado al diseñador vasco
El diseñador de moda más pulcro y preciso del siglo XX nació en un pueblo de pescadores cuyas empedradas calles se agarran a un curioso accidente topográfico como una mano que atrapa a un ratón. A partir de la próxima semana, esa mano exhibirá en la cima, como una preciosa sortija, un museo dedicado a Cristóbal Balenciaga (1895-1972).
El centro ha necesitado más de una década para abrir y ha estado lastrado por un escándalo político y económico de tintes folletinescos. Sigue en curso el proceso judicial sobre presuntas irregularidades en la gestión del antiguo alcalde de Getaria, Mariano Camio (PNV). Pero el Ayuntamiento, el Gobierno vasco, la Diputación de Guipúzcoa y el Ministerio de Cultura -que hoy forman parte de Fundación Cristóbal Balenciaga- insisten en distanciarse de toda polémica. Ofrecen una imagen compacta en la reivindicación de esta incuestionable figura cultural española.
A partir del 10 de junio se podrán ver 90 de las 1.200 piezas del fondo
El proyecto no solo devuelve geográficamente al creador a su lugar de origen. Sus imponentes diseños, tan arquitectónicos como pragmáticos, adquieren un sentido absoluto en Getaria. Balenciaga, hijo de un marinero y una modista, emigró a París en 1937 y figura en cualquier biblioteca como protagonista de la era dorada de la alta costura francesa. "Me da rabia la imagen que París ha vendido de él", razona Miren Arzalluz, responsable de contenidos del museo. "Ese halo de misterio... Su forma de entender la vida es común aquí. Si paseas por Getaria encontrarás muchos hombres como él. No es que fuera hermético. Vivía en París como lo hubiera hecho en su pueblo: iba a misa, trabajaba y estaba con su familia".
A partir del 10 de junio, se podrán ver 90 piezas de las 1.200 que componen los fondos del museo en seis salas que articulan la exposición permanente. Forman parte de las primeras 150 obras que han sido restauradas y para las que se han confeccionado, a medida, maniquíes invisibles. La narración recorre sus trajes de día, de noche o de novia y alcanza dos puntos álgidos en la primera y la última sala. Motivo suficiente para que cualquier interesado en la moda recorra la sinuosa carretera costera que une Getaria con el resto del mundo. El espacio dedicado a los orígenes alberga trajes realmente únicos, como el que en 1912 confeccionó para su prima. Una oportunidad para descubrir los balbuceos del genio.
La habitación final, en cambio, funciona como un epílogo y sus grandes logros se presentan acompañados de infografías. Construcciones animadas que facilitan la comprensión de la complejidad arquitectónica y conceptual de sus volúmenes. Diseccionan la abstracción hacia la que tendió en la madurez de su carrera, en los años sesenta. Aunque, incluso en sus historicistas creaciones de los años treinta y cuarenta, palpita una búsqueda de lo esencial.
Emanuel Ungaro, que fue su discípulo, recuerda cuando se le ofreció una flor para adornar un vestido. "No", dijo Balenciaga. "No es realmente necesario". Como la prosa de Heming-way o las esculturas de Oteiza, los diseños de Balenciaga hablan en un lenguaje escueto y preciso. "Este es un oficio de perros", afirmó en 1971, en una de sus escasas entrevistas. En Getaria es difícil no oír cómo las olas golpean fuerte sobre las rocas. También en sus siluetas.
"En 1916, cuando empezó, San Sebastián era comparable a París", analiza Arzalluz. "Pero esa sociedad desapareció y París era el único lugar en el que podía entregarse a su búsqueda de la perfección. Ponía toda su energía en una manga". Discípulo y amigo de Madeleine Vionnet, es -todavía hoy- referencia para cualquier diseñador. Trabajó hasta 1968 y sus hallazgos técnicos se adelantaron a menudo a su tiempo. "Fue el maestro de todos nosotros", según Dior.
Hubert de Givenchy, quien empezó en su taller, ha sido fundamental para el proyecto. Presidente fundador de la Fundación, ha donado 109 piezas y ha servido de enlace con grandes clientas. En la muestra, se pueden ver vestidos de Grace Kelly y el traje de boda de Fabiola de Bélgica. Es el primer capítulo de una historia que vuelve a su origen para agarrarse a la memoria.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.