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Columna
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Obama aporta fantasía

Francisco G. Basterra

No es un nativo atlantista, ni un WASP, blanco, anglosajón y protestante; es el menos europeo de los presidentes de Estados Unidos. Su biografía es onusiana con toques africanos y musulmanes. Es el primer presidente del Pacífico. Obama recorre estos días Europa, un continente ignorado por su presidencia, preocupada sobre todo por Asia, China, India, Pakistán, reconociendo la deriva de la influencia mundial hacia el Este. Hacia un mundo más posoccidental. Obama, primero en Irlanda, luego en Londres, en Francia, para acabar en Polonia, trata de contrarrestar las dudas de que Europa ya no le interesa a Estados Unidos. El presidente no ha acabado de entender la disfuncionalidad de la UE como organización supranacional. Aumenta la preocupación en Washington ante la posibilidad de que la cacofonía europea no logre superar la crisis del euro y el eventual efecto contagio sobre la economía global. Recorre una Europa deprimida por la crisis, sin liderazgo, partida en dos, incapaz de proyectarse globalmente. El entusiasmo inicial por la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, cuando muchos europeos creyeron en su idealismo y le estampillaron, apresuradamente, como redentor del malvado Bush, se ha tornado en desilusión. El mesías se ha jibarizado en su contacto con el mundo real. Es solo otro presidente de EE UU. Hasta el punto de que muchos europeos hoy se preguntan si todavía nos queda Obama.

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Estados Unidos ha perdido influencia al tiempo que otras potencias emergen globalmente. El disparado déficit presupuestario le impide seguir haciendo de policía del mundo. Quiere cerrar cuanto antes sus guerras exteriores, pero al tiempo apoya la autodeterminación democrática de los ciudadanos árabes, a la que compara con la Revolución americana, y busca un plan Marshall para el que Washington carece de liquidez. La solicita en Deauville en la reunión del G-8, un zombi resucitado de los países más ricos, que parecía enterrado por el G-20.

Estados Unidos teme, mirándose a sí mismo, que Europa no tenga el dinero para actuar como catalizador del cambio global aliviando su carga. Esta es la prosa. Pero Obama, con su elocuencia y tirón de estrella mediática, vende poesía y alimenta fantasía en una Europa envejecida, más preocupada por las pensiones de los jubilados que del crecimiento. No asumimos todavía, tampoco en EE UU, que la fiesta se ha acabado y que las nuevas generaciones lo tendrán peor. Obama está decidido a subirnos la moral. Lo hizo en Dublín prometiendo fondos para ayudar al rescate irlandés. Los jóvenes de Irlanda emigran de nuevo. Europa, dominada por la derecha y sus recetas, está fallando a su juventud. Lo vemos en Grecia, en Portugal y, sobre todo, en España, donde los indignados de la Puerta del Sol han proyectado un grito universal a los políticos: ¡Que alguien se ocupe también de los problemas de la vida de la gente!

La socialdemocracia se ha rendido sin ni siquiera dar la batalla por otro modelo, diferente al de la austeridad y los recortes sociales. Triunfo por goleada de Angela Merkel I de Europa, para quien el problema es que los perezosos del sur tienen más vacaciones y trabajan menos que las cigarras del norte. Carnaza populista para el Bild Zeitung. Berlín ratea preocupantemente como motor europeo. Los dos únicos Gobiernos de la izquierda están quebrados, Zapatero de salida y, en Grecia, Papandreu luchando para no cerrar la persiana. La gripe española ha desnudado a la socialdemocracia, que no tiene alternativas. Para gestionar las políticas neoliberales los ciudadanos prefieren al original, la derecha.

Pero la fantasía poética de Obama tiene un tono de pasado, de guerra fría, como si aún escucháramos a Reagan. Hay que continuar la guerra en Libia y reforzar a una OTAN que se ha quedado sin misión. Necesita creérselo. Quizás influido por la pompa y la trompetería en el majestuoso Westminster Hall de Londres, afirma que Estados Unidos y Europa no están en declive, Occidente todavía dirige el mundo y las naciones anglosajonas ejercen un dominio indispensable.

Aunque hace mucho que en el Imperio Británico se puso el sol, los británicos necesitan comprar esta mercancía, creer en una relación especial entre Londres y Washington. Cameron ha recortado contundentemente el presupuesto militar, desguazará el único portaviones que posee Reino Unido y prescindirá de los cazas Harrier embarcados en la Royal Navy.

Obama les ha regalado los oídos. Europa continental necesita otros estímulos para levantar su moral. No se puede vivir sin poesía, pero no es suficiente. El presidente estadounidense tuvo sin embargo un rapto de realismo, cuando afirmó, en su discurso ante el Parlamento, que se acabaron los tiempos en los que Roosevelt y el primer ministro Churchill se sentaban en torno a una mesa y resolvían los problemas del mundo con una copa de coñac. Pues eso.

fgbasterra@gmail.com

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