El secreto de Demi Moore
Intentar arrancarle a Demi Moore por qué cada día está más estupenda resulta una tarea imposible. A sus 48 años, la actriz presume de no haberse hecho nada de cirugía facial, y lo cierto es que en las distancias cortas no se aprecia el rastro del bisturí. Una de dos: o tiene un cirujano buenísimo o ha sabido nutrir su cutis como nadie. Ella se ríe. "No lo descarto, pero prefiero métodos más naturales para verme bien", dice en la intimidad de un hotel boutique de Los Ángeles. Ni siquiera los encargados del establecimiento saben que está aquí. Se ha presentado sola, sin asistentes ni guardaespaldas, y ha fijado un máximo de tres entrevistas en una habitación reservada bajo otro nombre. Todo un alarde de discreción del que podrían aprender muchos jóvenes intérpretes que se entregan a la promoción a bombo y platillo escoltados por representantes que gustan de negociar previamente qué temas tratar y qué es mejor obviar.
"Siempre he sentido atracción por la provocación, es una herramienta muy útil para cuestionar cosas"
"Me llamaron depredadora de jóvenes. Lo encontré de mal gusto. Mi relación con Ashton siempre ha sido sólida"
Ella viene con carta blanca. No está aquí para presentar ninguna película, sino su colaboración con la firma Helena Rubinstein. Es su imagen desde hace casi cinco años.
No cejamos en nuestro empeño, le solicitamos que nos revele su truco para estar espléndida. "No existe una fórmula infalible. Para mí, lo principal es estar bien por dentro y que eso se refleje por fuera, en lugar de obsesionarme con tratamientos superficiales y la imagen que proyecto. Tienes que trabajar tu interior, tu felicidad, tu calidad de vida. Eso y asegurarte de limpiar e hidratar tu piel todas las noches. No importa lo tarde que te acuestes ni dónde estés. Mi madre me lo subrayó siempre y yo también se lo recuerdo a mis hijas". Aunque Moore evite hacer alusión a ello, en su caso hay que sumar una chef vegetariana que le prepara un menú a diario, un entrenador personal y tratamientos de belleza caros.
En cualquier caso, ella forma parte de esa raza privilegiada de mujeres que han hecho del tiempo su mejor aliado. Cuando se dio a conocer en los años ochenta, su rostro anguloso y sus cardados imposibles la relegaron a la cola de eso que se llamó bratpack (o pandilla de mocosos). El reconocimiento que le trajo Ghost dio paso a una mujer mucho más segura de su físico. Pronto se convirtió en una heroína femenina capaz de tumbar los clichés de la industria. Vendió su cuerpo por un millón de dólares en Una proposición indecente. Se transformó en una depredadora sexual en Acoso. Se convirtió en la actriz mejor pagada de Hollywood (con un cheque de 12 millones de dólares) por desnudarse en una barra americana en Striptease. Y se rapó el pelo a lo marine en La teniente O'Neil. Todo casi sin darnos respiro.
Hoy lo recuerda con cierta serenidad y orgullo. "Siempre he sentido atracción por la provocación, es una herramienta muy útil para cuestionar las cosas y estimular el debate sobre ciertos temas. Pero hay que estar preparado para asumir las reacciones que puedas suscitar; cuando eres alguien famoso, de alguna manera, adquieres cierta responsabilidad social. Con Striptease, por ejemplo, yo sentía que estaba explorando mi sexualidad, una fuerza seductora que perfectamente podían reconocer muchas mujeres. Sin embargo, toda la controversia se centró en que me estaba quitando la ropa. Muchas se sintieron decepcionadas. Lo mismo me pasó con buena parte del público masculino cuando hice La teniente O'Neil".
Para justificar su afán por retarse y retarnos constantemente, la intérprete alude a su necesidad de salirse de su "zona de confort, ese espacio en el que todos nos sentimos seguros de nosotros mismos, que sabemos que controlamos. Cuando nos quedamos solo en lo que nos resulta familiar nos volvemos perezosos, dejamos de crecer como personas", asegura.
Existen otros lugares extraños en su profesión. Como la frontera de los cuarenta años, cuando el teléfono deja de sonar porque no puedes seguir siendo la chica sexy de la película, pero tampoco encajas como madre. En su caso coincidió con una retirada voluntaria en el cambio de siglo. Su divorcio amistoso de Bruce Willis se sumó a la muerte por cáncer de su madre, cuyo alcoholismo obligó a Demi Moore a espabilarse desde adolescente. "Me encontré con que mis tres hijas estaban creciendo. Yo había sufrido las consecuencias de vivir la ausencia de un padre y las desatenciones de una madre. No quería que ellas tuvieran que pasar por nada parecido", revela. Hoy confirma que lidia con aquel pasado en un libro autobiográfico aún sin fecha de publicación. "Más bien será una reflexión sobre lo que supone ser madre", corrige.
Su retiro a un pueblito de Idaho no hizo sino convertirla en un fetiche aún más deseado por la industria. El productor de Los ángeles de Charlie: Al límite no cesó hasta convencerla para que volviera luciendo tipazo en biquini en esa peli de chicas y tortas que no ocultaba cierto afán autoparódico. Para entonces, Moore se había convertido en una avezada productora (financió la franquicia de Austin Powers, por ejemplo) y dominaba a la perfección los mecanismos del negocio del espectáculo. Sin embargo, seguía sin lograr brillar por sus papeles en pantalla.
Su sorpresivo noviazgo con Ashton Kutcher, 15 años menor que ella, no contribuyó a su crecimiento como estrella cinematográfica, pero sí a reflotar el interés público por su figura. Se casaron en 2005, en una ceremonia cabalística (Moore fue introducida a esta doctrina espiritual por su amiga Madonna y ahora es una fiel practicante). Y desde entonces han sido objeto de incontables rumores. Pocas semanas antes de esta entrevista, la prensa del corazón estadounidense aseguraba que Kutcher se había encaprichado de una rubia. ¿Cómo afronta ella ese tipo de rumores? Con su inmutable amabilidad, sin apartar la mirada, responde: "¿Quieres continuar esta entrevista o prefieres salir por la puerta? Entonces será mejor que pases a la siguiente pregunta". Lo dicho, a Moore no le hacen falta duros agentes a su lado, se defiende muy bien sola. Y como prueba, aborda las críticas que ha oído durante años. "Cuando empezamos se dijo que yo era una depredadora de hombres jóvenes. Lo encontré injusto y de muy mal gusto: mi relación con mi marido fue sólida desde el principio".
Puede que sea esa una de las razones por las que la pareja ha abrazado Twitter como vía directa de comunicación con el mundo. Ella tiene actualmente tres millones y medio de seguidores (búsquenla como @mrskutcher), él ha llegado a ser la persona con más seguimiento del planeta (actualmente ocupa el séptimo lugar). Aunque su aventura en las redes sociales nos haya deparado noticias tan tontas como el culo de Demi fotografiado por Ashton a traición, en los últimos tiempos la han convertido en un arma para denunciar la trata de blancas y la explotación sexual infantil.
A través de la Demi and Ashton Foundation ayudan a mujeres en esta difícil situación. Y cuentan con la participación de otros amigos famosos. Su última campaña, Real men don't buy girls (los hombres de verdad no compran niñas), muestra a Justin Timberlake afeitándose con una motosierra o a Sean Penn planchando un sándwich. "Todo lo que hagamos es poco. Socialmente hay que poner en jaque la hegemonía masculina. Pero el primer cambio debe estar en nosotras mismas, en aprender a valorarnos".
En su cuestionamiento de los roles, hemos visto a Moore yéndose de vacaciones con el clan al completo: su actual esposo, su ex Willis y sus hijas. Todo convenientemente retratado por Annie Leibovitz, su fotógrafa de cabecera. Con ella realizó la portada del escándalo, aquella publicada por Vanity Fair en 1991 donde se mostraba desnuda embarazada de siete meses y que después ha sido replicada cientos de veces por otras famosas. Todavía hoy no entiende por qué se armó tanto revuelo. "Fue la última foto de la sesión, algo privado que hicimos para la familia. Annie me llamó semanas después preguntándome si me animaba a que fuera publicada. Lo entendí como una bellísima celebración de la maternidad, pero una vez más mucha gente malinterpretó el gesto y generó bastantes protestas", recuerda.
Ha expresado su deseo de volver a ser madre. "Es una posibilidad que me ronda la cabeza. No veo la edad como un impedimento para nada. Las mujeres tenemos que aprender a escuchar nuestros deseos antes que cualquier convención social".
ELIXIR DE LA JUVENTUD
La cosmética se ha reconciliado con la mujer madura como reclamo. Helena Rubinstein se adelantó con Demi Moore, que matiza: "Lo veo como una celebración de todas las edades. La publicidad no puede perder su componente aspiracional, pero tampoco ignorar la realidad: las mujeres quieren ver un reflejo de algo que les resulte cercano". Entre sus favoritos, Moore destaca la línea Prodigy Powercell, que suma a las propiedades del ácido hialurónico las de los principios activos reparadores de la planta Oceanic Crista.
PRODIGIOSA Y PIONERA
Cuando Helena Rubinstein desembarcó en Australia en 1894 de su Polonia natal jamás pensó que acabaría levantando un imperio. Sus cremas caseras de linolina aderezada con plantas aromáticas se convirtieron en un hit instantáneo entre sus vecinas. Tanto, que se trasladó a Londres en 1908 para gestionar su propia marca, una de las primeras firmas cosméticas del planeta. Pasó por París, donde se codeó con la élite intelectual, y acabó en EE UU, sede de su rival Elizabeth Arden. Su golpe maestro fue vender su empresa en 1928, un año antes del crack del 29, a Lehman Brothers por 7,3 millones de dólares para recuperarla después por apenas un millón. Así es como amplió su cadena y comenzó su faceta como mecenas del arte (apoyó, por ejemplo, a sus adorados Dalí y Miró). Para cuando murió, en 1965, muchos la consideraban la primera multimillonaria de la historia hecha a sí misma.
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