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Avanza la ortodoxia

El próximo cambio en la cúpula del BCE augura recorrido a la contracción fiscal en la eurozona

El nombramiento de Jens Weidmann como nuevo presidente del Bundesbank y los vientos alemanes y franceses en favor del italiano Mario Draghi como futuro sustituto de Jean-Claude Trichet al frente del Banco Central Europeo (BCE) deben interpretarse como prueba del interés de Berlín en ocupar, con economistas de probada ortodoxia y rigor monetario, los puestos neurálgicos de las instituciones económicas europeas. No es un secreto que, a cambio de su apoyo a Draghi (defensor de la estabilidad de precios por encima de cualquier consideración), Angela Merkel quiere sentar a hombres fieles a la ortodoxia en el Consejo de Estabilidad Financiera (FSB, que ahora preside Draghi) y el Comité Económico y Financiero.

Las políticas de rigor (atención preferente a la inflación, exigencia de cumplimiento estricto de los límites de déficit, tijeretazos a la deuda pública) son una terapia discutible durante un periodo recesivo. La economía mundial parece dividida hoy entre países con políticas monetarias relajadas, facilidades financieras, bajos tipos de interés y monedas que se han depreciado (Estados Unidos y Reino Unido) y una zona económica empeñada en una contracción fiscal para todos los países del área, con una moneda en continua revalorización, tipos de interés en alza y facilidades financieras que se quieren eliminar sin prisas pero sin pausas, con independencia de cuáles sean los grados de recuperación de los países implicados.

La ortodoxia antiinflacionista tiene graves contraindicaciones cuando se aplica sin matices y en circunstancias inapropiadas. Está bien que los mercados presionen para que se reduzca la deuda y se programen recortes del gasto contra el déficit, pero la prioridad de una política económica europea debería ser algo más. Por ejemplo, la de coordinar un calendario de estabilidad monetaria con un programa de recuperación económica. Tal como están gestionando Francia y Alemania los planes de rescate y tal como conduce el BCE la política monetaria, no hay una zona euro con una moneda común, sino dos. La de Alemania y Francia, por una parte, sostenida por Austria y los Países Bajos, y los países periféricos, que van a sufrir las consecuencias de la obsesión por los precios en forma de elevadas tasas de paro, pérdidas de renta y retrasos en la inversión.

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