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¿Al Qaeda sin Bin Laden?

Fernando Reinares

Tiene razón el presidente Barack Obama cuando ayer decía que la muerte de Osama bin Laden supone el logro más significativo de Estados Unidos en sus esfuerzos por derrotar a Al Qaeda.

Tiene razón porque la estrategia de Al Qaeda es una estrategia de desgaste. No necesita ganar, sino sencillamente evitar ser derrotada. No necesita tomar el poder o reconstituir el Califato. Su métrica de victoria consiste en seguir perpetrando atentados y proyectar una imagen de indestructibilidad. Esta aparente capacidad de persistencia es para los terroristas algo próximo o equivalente al éxito. Y el hecho de que, 10 años después de los atentados del 11 de septiembre, que o el icono por antonomasia del yihadismo global no hubiera sido hallado reforzaba extraordinariamente esas percepciones.

El yihadismo global subsistirá sin Osama, aunque haya caído cuando su grupo está en decadencia
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Haber dado con su paradero y dejar a Al Qaeda sin su líder carismático e indiscutido es el resultado más importante de la nueva estrategia para combatir el terrorismo adoptada por el actual mandatario norteamericano, aunque en buena medida descansa sobre avances de la anterior Administración.

El presidente Barack Obama presentó públicamente dicha estrategia en marzo de 2009. Al hacerlo, subrayó cuatro cuestiones que ahora adquieren una particular relevancia. En primer lugar, afirmó que su principal objetivo contraterrorista era "desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda".

En segundo término, sostuvo que "casi con toda certeza", Osama bin Laden se encontraba en las montañosas zonas tribales al noroeste de ese segundo país.

En tercer lugar, aseguró que "Pakistán debe demostrar su compromiso de erradicar a Al Qaeda y a los extremistas violentos dentro de sus fronteras".

Por último, el presidente norteamericano advirtió que Estados Unidos "insistirá en que se actúe, de un modo u otro, cuando tengamos inteligencia sobre blancos terroristas de alto nivel". Estos cuatro asuntos, mutuamente relacionados entre sí, ayudan a interpretar la muerte de Osama bin Laden y el contexto en que se ha producido, al tiempo que invitan a reflexionar acerca de todo ello y del futuro de Al Qaeda y del terrorismo global en su conjunto.

Desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda era una finalidad contraterrorista más precisa y, en cierto modo, menos ambiciosa, que la de enfrentarse a los extremismos violentos en todo el mundo formulada como guerra global al terrorismo por la Administración de George W. Bush. Pero los medios militares y las labores de inteligencia han continuado siendo preferentes, como difícilmente podría ser de otro modo tratándose de una estructura terrorista cuyoslíderes se encuentran en Pakistán. A la muerte de Osama bin Laden ha llevado, por una parte, el extraordinario incremento en los ataques norteamericanos mediante misiles lanzados desde aeronaves no tripuladas contra blancos de Al Qaeda en Waziristán del Norte.

Es verosímil que, a la vista del creciente número de mandos de dicha estructura terrorista que iban siendo alcanzados por el impacto de esos misiles, Osama bin Laden tomase la decisión de buscar refugio en el mismo otro ámbito en el que ya lo habían hecho otros destacados subordinados suyos. Es decir, trasladarse de las inaccesibles montañas de las zonas tribales de Pakistán al entorno, menos proclive a la labor de los informantes, de alguna de sus densamente pobladas zonas urbanas.

Por otra parte, a la muerte de Osama bin Laden ha llevado también una exquisita labor de inteligencia a cargo de la CIA. Pero es dudoso que la información en base a la cual haya sido elaborada dicha inteligencia provenga de aquel compromiso que las autoridades paquistaníes, en palabras de Barack Obama, tenían que demostrar.

De hecho, la advertencia que el presidente de Estados Unidos incluyó en la presentación de su estrategia contraterrorista, hace ahora poco más de dos años, se refería a la pasada inacción contra líderes de Al Qaeda identificados en territorio de Pakistán, cuando la operación contra los mismos quedaba en manos de los servicios de seguridad y de los militares de dicho país, que en alguna ocasión incluso llegaron a alertar al propio emir de la estructura terrorista de que había sido detectado por la CIA o de la inminencia de un ataque contra su persona.

Aunque el discurso del presidente Obama sea conciliador a este respecto, que Osama bin Laden se hallara escondido en un recinto muy protegido y relativamente cercano a Islamabad suscita una vez más dudas sobre la manera poco unívoca con que las autoridades paquistaníes abordan el tema de Al Qaeda.

Osama bin Laden muere en un momento en el que Al Qaeda parece tener objetivamente degradadas sus capacidades operativas, cuenta con un número de miembros propios que posiblemente no llegue al millar y ha ido progresivamente perdiendo apoyo popular en los países con sociedades mayoritariamente musulmanas, aunque aún sea entre sustancial y notable en algunos de ellos. Esta decadencia se relaciona con el hecho de que la inmensa mayoría de las víctimas del yihadismo global sean musulmanes y que haya habido autoridades con título religioso cuyas voces contrarias a Al Qaeda se han dejado finalmente sentir a lo largo del mundo islámico. Ahora bien, ni había dejado de existir, como muchos aducían sin fundamento, ni va a dejar de hacerlo a corto y medio plazo. Es más, a lo largo de la última década, esa estructura terrorista ha dado muestras más que sobradas de su habilidad para adaptarse a circunstancias adversas y ampliar su influencia. Y lo que ha permitido que sobreviva no es, como a menudo se aduce, su carácter descentralizado, sino, bien al contrario, su articulación jerárquica.

Por eso mismo, Al Qaeda sufre un especial menoscabo con la pérdida de Osama bin Laden, el alcance simbólico de cuyo liderazgo difícilmente puede ser reemplazado. Pero Al Qaeda va a continuar existiendo y contará con un nuevo emir, probablemente el egipcio Ayman al Zawahiri, que desde hace años se desenvuelve como estratega del terrorismo global, aunque quizá no concite el asentimiento de todos los actores que constituyen este polimorfo fenómeno. La semana pasada fueron detenidos en Alemania tres individuos, relacionados con el núcleo de liderazgo de Al Qaeda, que se preparaban para cometer atentados suicidas en dicho país y ese tipo de noticias seguirán siendo recurrentes en los próximos años.

Además, continuará existiendo el resto de los componentes de la urdimbre del terrorismo yihadista, paradójicamente más extendidos hoy que nunca antes. Esa multiplicidad de focos de la amenaza terrorista incluye escenarios en los que se ubican, a veces compartiendo una misma demarcación y mutuamente relacionados, extensiones territoriales de Al Qaeda, grupos y organizaciones afines a la misma, así como células e individuos independientes. Este es el verdadero legado de Osaba bin Laden.

Fernando Reinares es investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos. Actualmente también public policy scholar en la división de estudios de seguridad internacional del Woodrow Wilson Center, en Washington.

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