'Salomé' calienta Salzburgo
Simon Rattle se atreve con la ópera de Richard Strauss en una electrizante versión que abrió el Festival de Pascua - La cita arranca la temporada de los grandes ciclos
El Festival de Pascua de Salzburgo fue creado por Herbert von Karajan en 1967, en un intento de búsqueda de la excelencia, contando, como se contaba, con la presencia de la Filarmónica de Berlín. También era un pulso a la Filarmónica de Viena, prácticamente hegemónica en el Festival de Verano, al menos en el terreno lírico. El de Salzburgo es el único montaje operístico al año al que se presta la Filarmónica de Berlín, por lo que constituye en la mayor parte de las ocasiones un acontecimiento. Antes de comparecer en la ciudad de Mozart, presentan la ópera en versión de concierto o semiescenificada en su sala berlinesa. Llegan, pues, bien concienciados. Claudio Abbado continuó la iniciativa creada por Karajan, y Simon Rattle ha recogido el testigo. Salomé es la primera ópera de Strauss que Rattle dirige en el Festival de Pascua. Se esperaba con expectación, pues no en vano el compositor bávaro era una de las especialidades de Karajan. Rattle no defraudó el sábado. Su lectura no abandonó en ningún momento la componente lírica de la obra, pero tuvo fuerza, imponentes contrastes dinámicos y un enfoque sonoro que rozaba por momentos lo orgiástico. La obra se las trae, pero a la Filarmónica de Berlín le va como anillo al dedo por sus condiciones técnicas y expresivas.
Rattle no defraudó el sábado: no abandonó la lírica, pero tuvo fuerza
En la brillante danza de los siete velos todos los espacios se interrelacionan
Salomé es una ópera que trata del deseo femenino, de la perversión. El director de escena noruego Stefan Herheim, de 41 años, enfatiza el carácter universal y atemporal del mito, intenta ir más allá en la comprensión de unas formas de comportamiento. Divide el escenario en dos alturas. Una de ellas, en la que se desarrolla fundamentalmente la acción teatral, con un telescopio como símbolo de las miradas exploratorias. Es un artefacto que puede convertirse también en arma destructora. Otra, con la Luna u otro planeta, como un signo de lo desconocido, de lo poéticamente inalcanzable. En una escena se convierte en un conjunto de ojos. Se invita a mirar con los sonidos -la orquesta lleva primordialmente el peso dramático y hasta trágico de la obra- y a escuchar con los ojos. En medio de esos dos espacios simbólicos y cósmicos están al principio de la ópera Salomé, Herodes y Herodías contemplando el escenario al que ellos mismos van a dar sentido o irracionalidad con sus actitudes y su canto. Los conflictos entre el amor y la muerte están teñidos de sangre y violencia, en una lucha entre el desenfreno de Salomé y la castidad que representa Jochanaan (Juan el Bautista), un conflicto que salpica a todos. No hay un beso místico y liberador como el de Kundry en Parsifal -un título que Herheim bordó en el Festival de Bayreuth en 2008- sino insatisfacción, frustración y ansias de poder. No es, pues, extraño, que Herodes invite a la fiesta previa al momento en que Salomé baila para él a dictadores de todas las épocas, desde Napoleón a Hitler, desde César a Mussolini. La escena más brillante es la de la danza de los siete velos. Todos los espacios se interrelacionan en ella, en un ejercicio de imaginación delirante, con un sentido del espectáculo colosal. Después hay una vuelta de tuerca kitsch con la aparición de una gran cabeza de Jochanaan en estilo puramente fallero. Hay en muchos momentos excesos en función de la vistosidad de la puesta en escena, pero también la realización está salpicada de hallazgos. La escenografía de Heike Scheele y el vestuario de Gesine Völlm están a la altura de lo que se espera en un festival como este. Un sector del público abucheó con saña al equipo escénico.
La soprano estadounidense Emily Magee debutaba escénicamente en el papel de Salomé. Su visión del personaje es más lírica -en sintonía con Rattle- que dramática. Se dejó la piel en escena y fue mayoritariamente ovacionada. El resto del reparto estuvo a un nivel más que notable: el danés Stieg Andersen como Herodes, la veterana Hanna Schwarz como Herodías, Iain Paterson como Jochanaan, Pavol Breslik como Narraboth, Rinat Shaham como Paje... Todos ellos se integraron a las mil maravillas en la concepción escénica y musical, consiguiendo un espectáculo integral con el que se puede estar o no de acuerdo ideológica y plásticamente, pero cuya factura es impecable.
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