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Un modelo en crisis
Columna
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El abogado del diablo

Por si alguien considerase malévolo calificar de "abogado del diablo" a un democristiano tan conspicuo, recordaré que bajo esa denominación algo truculenta se ha conocido tradicionalmente al digno e ilustrado clérigo que, en los procesos de canonización instruidos por la Iglesia católica, ponía objeciones y buscaba puntos débiles a las virtudes y los milagros del candidato a los altares. Pues bien, Josep Antoni Duran Lleida se ha erigido últimamente en pugnaz abogado del diablo ante el proceso de canonización de que el independentismo está siendo objeto entre sectores crecientes de la sociedad catalana. Es él y son sus fieles en el seno de Unió, más que ningún otro grupo político, quienes han descalificado la reivindicación independentista como "poco juiciosa" y "minoritaria", quienes la han vinculado con el riesgo de "fractura social", quienes han advertido que Europa no aceptaría la secesión catalana, etcétera.

La centralidad se está moviendo muy deprisa..., y Duran Lleida parece hacerlo justo en sentido contrario. ¿Por qué?

Se trata de un papel sin duda necesario -como lo es el del hoy llamado promotor iustitiae en las causas de canonización-, pero antipático y poco agradecido, lo cual lleva a preguntarse por qué Duran Lleida lo ha asumido con tanto fervor, habida cuenta de que ya existen Sánchez-Camacho, y Rivera, y... Por fidelidad hacia los padres fundadores no será, porque la radicalidad nacionalista de un Manuel Carrasco i Formiguera ofrece pocas dudas. El señor Duran conoce igual que yo y por las mismas fuentes cuál fue la reacción de Carrasco el 14 de abril de 1931 -ayer se cumplieron 80 años- ante la República catalana proclamada por Macià; primero se puso a las órdenes de éste, y cuando regresó, tarde y agitado, a casa, espetó a su sorprendida familia: "Ara ja em puc morir..., perquè ja he vist Catalunya lliure". Tampoco puede ser por un prurito de coherencia programática: la apuesta -que Unió ha defendido desde su manifiesto fundacional- por el reconocimiento de "la plena soberanía de Cataluña en el marco de un Estado confederal" resulta en 2011 incluso más utópica e ilusoria que el divorcio por mutuo consentimiento. ¿Entonces?

Los enemigos de Duran Lleida insistirán en que éste lo que quiere es ser ministro, o por lo menos continuar como el político español mejor valorado en los sondeos, para lo cual necesita agradar a El Mundo, Abc, La Razón, etcétera, y lograr que tales medios lo presenten -según han hecho estos días- como el único estadista del catalanismo. Personalmente, considero al líder de Unió demasiado inteligente para caer en cálculos tan burdos. Duran conoce bien la cultura política española y sabe cómo suele ser de ingrata con los moros amigos una vez que los ha utilizado, por lo que no creo que sus aspiraciones vayan por ahí.

Duran, y Ramon Espadaler, y Marta Llorens -por citar a otros dirigentes de Unió que se han manifestado en parecidos términos- apelan, para justificar su antiindependentismo, al mantenimiento de "la centralidad" de UDC y de CiU. Pero la centralidad es una ubicación cambiante, móvil. Hace un cuarto de siglo, la independencia la defendían en Cataluña poco más que cuatro exaltados de esos que hacían estallar bombonas rellenas de cloratita en las puertas de algunos edificios oficiales; hoy la reivindican diversos partidos parlamentarios, la quieren por lo menos un tercio de los ciudadanos, la consideran plausible influyentes medios, intelectuales y analistas hasta hace bien poco alérgicos al tema... En esta materia, pues, la centralidad se está moviendo muy deprisa..., y Duran Lleida parece hacerlo justo en sentido contrario. ¿Por qué?

Existe la posibilidad de que, sencillamente, Duran no crea en la independencia y, siendo así, haya convenido con Artur Mas un reparto de papeles -el poli bueno y el poli malo- que les permita cubrir entre ambos el ancho espacio que va del independentismo al autonomismo. En tal caso, sólo cabe pedirle al de Alcampell que mantenga la cabeza fría y no caiga en excesos como desvelar el voto de la vicepresidenta Ortega porque le "da la gana". Hacerle perder los nervios a Duran Lleida, ¡eso sí que sería un triunfo histórico del independentismo!

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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