La resurrección del autor
Probablemente los restos mortales de Roland Barthes estén revolviéndose inquietos en la descuidada tumba del pequeño cementerio de Urt, donde yace enterrado junto a su madre, que fue su amor más intenso y duradero. Si el semiólogo puede escuchar desde allí abajo lo que ocurre en el mundo que amaba y del que le excluyó una camioneta que iba demasiado deprisa, sabrá sin duda que, lejos de estar bien muertos -como él y los suyos sentenciaron- los conceptos de autor y de autoría experimentan hoy un portentoso renacimiento. Gracias a las redes sociales, casi todo el mundo puede ser hoy auctor, es decir, ostentar aquella auctoritas que los teóricos pos estructuralistas de la última modernidad habían puesto en solfa. Y es que adscribir un autor a un texto -suponían aquellos enterradores- implicaba imponerle límites, reducirlo. El "autor", entrecomillaban puntillosos, es mero scriptor, una especie de funcionario del lenguaje. La noción de autoría que, desde el siglo XVIII, constituía una barrera infranqueable entre alta y baja cultura quedaba abolida. Todo era de todos (nadie podía atribuirse la propiedad privada de los significados), pero, sobre todo, del lector.
Twitter irrumpe en el nuevo panorama "editorial" dispuesto a transformar en libros los mensajes de 140 caracteres
El descrédito de los grandes discursos ideológicos y la vuelta al orden de la Teoría -así, con mayúscula- constituyeron el primer movimiento de una gigantesca mutación que ha restablecido al Autor en su trono, tras aquel periodo de guillotina ideológica. El resto del trabajo restaurador ha corrido a cargo del zeitgeist de una época radicalmente narcisista y de la explosión de las nuevas tecnologías. En la última vuelta de tuerca, Facebook, la más populosa de las redes sociales, ofrece ahora a todos sus socios la posibilidad de ser autores del libro que han ido escribiendo sin darse cuenta (¿o dándosela?) desde que desvelaron su perfil en la red y empezaron a poblar su muro con sus "actualizaciones de estado", su biografía en tiempo real, sus comentarios y los de sus amigos. Por una cantidad que oscila entre los 20 y los 40 euros (depende del número de páginas) allí le organizan, con todo lo que tienen de usted, un libro a todo color y con su foto en la cubierta, para que lo que nació como efímero se convierta en permanente. Y, además, en papel, lo que no deja de ser irónico en una época en que las campanas estaban doblando a muerto por Gutenberg. El servicio lleva el muy apropiado nombre de Egobook y puede contratarse cumplimentando los datos en la aplicación correspondiente de la mencionada red social, que ve de este modo enriquecido su segmento de mercado con otros productos secundarios. En realidad, Facebook viene a salir al paso de empresas que, como www.ninuku.com y otras, intentan rentabilizar aspectos descuidados de su negocio, ofreciéndose a transformar los textos emitidos por sus usuarios en documentos en formato pdf, más adecuados "para la posteridad". O, como Twitter (véase twournal.com), que también irrumpe en el nuevo panorama "editorial" dispuesto a transformar en libros de tres dimensiones los mensajes de 140 caracteres de sus asociados, como si se trataran de preciosos haikus o microrelatos dignos de conservarse.
De modo que, aunque cada vez tengamos menos hijos y plantemos menos árboles (al menos en lo que llamamos Occidente), lo cierto es que se han ampliado considerablemente las oportunidades de escribir "nuestro" libro, que era el último de los elementos de la tríada que debía cumplir cualquier existencia burguesa satisfactoria. Y, ahora, gracias a nuestra incontinencia comunicativa, sin bloqueos creativos y como quien no quiere la cosa: nuestros "editores" virtuales nos organizan los materiales. Quién sabe, a lo mejor las revistas y los suplementos literarios terminan incluyendo, al lado de las listas de superventas de ficción y no ficción, otra para los mejores perfiles o tuits hechos libros. Hoy día se ven cosas aún más raras.
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