Cómo convertir la fama en algo útil
Sean Penn cumple un año en Haití, donde ha dado cobijo a 50.000 refugiados
Hay quien, antes de alcanzar el éxito, trabajó duro para que se le reconociera en su profesión, y después, condenado a la fama eterna, decidió buscarle una salida útil a su popularidad. Hablamos ni más ni menos que de Sean Penn, ese actor de incontestable talento, reconocido con dos oscars e innumerables premios, y cuyas opiniones políticas explícitas no acaban de gustar del todo entre la población estadounidense adicta a famosos moderados y complacientes. Hay otros, como George Clooney, que además de talento y compromiso humanitario poseen un encanto arrollador, pero Penn no es de esos. Este intérprete de 50 años es tan directo con sus palabras que hace daño, como demostró escribiendo una y otra vez contra el presidente George W. Bush tras la invasión de Irak y el huracán Katrina. Además, sonríe poco en público. Pero salva vidas. Lo hizo en Nueva Orleans, lanzándose en solitario a rescatar gente en una barca cuando el ejército aún no había reaccionado, y lo ha vuelto a hacer en Haití fundando la ONG J/P Haitian Relief Organization, que ha dado cobijo a más de 50.000 refugiados del terremoto de 2010 y a la que se ha entregado en cuerpo y alma.
Penn nunca sonrió mucho en las fotos, pero aquel hombre que se casó con Madonna en los años ochenta y que se dejaba ver con ella tomando copas en clubes de moda -aunque ya entonces atacaba a los paparazzi que intentaban colarse en su intimidad-, hoy solo se deja fotografiar sudando mientras descarga cajas de ayuda humanitaria en Haití o en fiestas para recaudar fondos para su ONG.
Esa parece ser la única imagen de la que está preocupado, aunque a veces le pillen en otras situaciones, por ejemplo de vacaciones con la actriz Scarlett Johansson en México, con la consiguiente lluvia de rumores sobre un romance entre ambos (rumores confirmados el pasado fin de semana tras aparecer juntos de la mano en la boda de Reese Witherspoon y Jim Toth, agente de Johansson).
El actor, que dio sus primeros pasos frente a la cámara a las órdenes de su padre, Leo Penn, en un episodio de La casa de la pradera, ha recorrido un largo trecho desde entonces. Tres décadas de películas con filmes como 21 gramos o Pena de muerte dejan claro que pasará a la historia del cine como uno de los mejores actores de su generación. Y aún tiene que estrenarse el último trabajo de Terrence Malick, The tree of life, del que se hablan maravillas.
Pero en la última década Penn se ha entregado de tal manera al activismo que pasó 2010 ejerciendo de jefe mandón en su ONG, y aunque no tenía preparación como gestor en situaciones de emergencia, consiguió ganarse el respeto de otros voluntarios y trabajadores del sector, como recogía recientemente un reportaje publicado por The New York Times y titulado El activista accidental. "Siempre está dispuesto a escuchar, a aprender y a trabajar" dijo al diario un soldado estadounidense. Y Brian Horowitz, responsable de Comcel, la mayor empresa estadounidense que invierte en Haití, aseguraba que Penn "ha sido extraordinariamente eficiente con sus recursos".
El actor, sin embargo, sigue suspendiendo en diplomacia. En ese mismo reportaje, Penn atacaba los modos de trabajo de otras ONG como Médicos sin Fronteras u organizaciones como la ONU y declaraba: "Alguien tiene que hacer las cosas decentemente. Alguien tenía que hacerlo en el mundo de la interpretación y alguien tenía que hacerlo en Haití. Hay quien ha dicho que el problema de Sean Penn es que con él todo parece fácil y yo creo que no, que lo que yo hago hace que tú sientas que eres incapaz de hacerlo". Sobresaliente en activismo, suspenso en modestia. Cada cual que decida qué es lo importante.
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