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Ola de cambios en el mundo árabe
Columna
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Milicianos y Gobiernos

Es difícil no ver en esos jóvenes libios que van al frente en sus coches particulares, con una botella de agua en la mano, un fusil de asalto en la otra y nada que se parezca a un uniforme, a aquellos milicianos que vemos en el frente de la Casa de Campo madrileña en las fotos de la Guerra Civil española. La situación se repite: a un lado, un pueblo alzado en pos de su libertad (uso "libertad" adrede, en lugar de "democracia"). Al otro, un ejército bien equipado plagado de mercenarios extranjeros. Unos tienen la legitimidad; los otros, las armas. En medio, una comunidad internacional que duda sobre si tomar partido, cómo y cuándo hacerlo y un Gobierno, el español, que como muchos otros se impone como criterio para una eventual intervención aérea en apoyo de los rebeldes la conformidad del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

La UE y la OTAN hacen bien en sopesar todas las opciones, con o sin autorización de la ONU
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Esta fe española en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas es obligatoria en un país democrático y respetuoso con el derecho internacional. No obstante, viniendo de un país que sufrió 40 años de dictadura gracias a la pasividad de la Liga de las Naciones ante una Guerra Civil donde legalidad y legitimidad estaban en un lado y la mera fuerza bruta en el otro, debería ir acompañada, como mínimo, de algún destello de agnosticismo. Tanto la doctrina de no-intervención en la Guerra Civil española como el embargo de armas, que perjudicó especialmente a la República, han pasado a la historia de la infamia.

Ahora, la ONU corre el riesgo de confirmar una vez más su inoperancia a la hora de garantizar la seguridad internacional. La historia no debería repetirse, pero a juzgar por las declaraciones del ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, y la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, Jiang Yu, las posibilidades de que el Consejo de Seguridad imponga una zona de exclusión aérea a Gadafi no son muy elevadas.

Lavrov ha hecho brillar el cinismo de la diplomacia rusa con luz propia al declarar que "los libios tienen que arreglarse entre ellos", una doctrina que Rusia por supuesto no se planteó aplicar en el caso de Georgia y Osetia del Sur en el verano de 2008. No obstante, como Moscú tampoco se planteó en ningún momento ir al Consejo de Seguridad para pedir autorización para sus ataques aéreos sobre Georgia, seguidos de una invasión terrestre, ni tampoco aceptó la presencia de la ONU a posteriori, estamos exentos de dar la más mínima credibilidad a sus palabras. Pese a los años transcurridos desde el fin de la guerra fría, la mentalidad de las élites rusas sigue estando regida por el mismo principio: todo lo que perjudica a Estados Unidos me beneficia. En cuanto a China, huelga recordar su proclividad a considerar el derecho internacional de forma sumamente selectiva, sacralizando el principio de soberanía para evitar la injerencia de otros en sus asuntos internos pero olvidando con demasiada frecuencia, y especialmente estos días, en su histeria represiva ante las revueltas árabes, que los derechos humanos son también derecho internacional y su respeto le compromete igualmente. No sería justo terminar este desolador panorama sin Estados Unidos, el otro gran miembro con derecho de veto en el Consejo de Seguridad. Hace escasas dos semanas, la diplomacia estadounidense bloqueaba una resolución que contaba con el apoyo de los otros 14 miembros del Consejo (incluida Alemania, que por razones históricas siempre evita criticar a Israel) donde se condenaban los asentamientos israelíes en los territorios ocupados. Y ahora es capaz con toda hipocresía de sumarse a las peticiones de que la Corte Penal Internacional abra procedimiento a Gadafi, obviando el hecho de que no ha ratificado su estatuto ni piensa someterse nunca a la autoridad de esta institución. Menudo trío.

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El año pasado, los Gobiernos europeos detrajeron de los impuestos de sus ciudadanos unos 210.000 millones de dólares para gastos de defensa. Dado el pésimo legado de Bush en el mundo árabe y musulmán, los dos frentes de guerra y conflicto (Afganistán e Irak) en las que están inmersas sus fuerzas y la ausencia de intereses estratégicos directos de Washington en Libia, las reticencias de Washington a intervenir en Libia tienen todo el sentido. Por eso, la Unión Europea y los socios europeos de la OTAN hacen bien en sopesar todas las opciones, con o sin autorización de la ONU, incluso con un papel secundario para Estados Unidos. Sobre el papel (IISS, Military Balance), Reino Unido dispone de 334 aviones de combate, Francia de 328, Alemania de 318, Grecia de 303, Italia de 252, España de 179. Total: 1.714. Libia: 394. Opciones, haberlas, haylas. jitorreblanca@ecfr.eu

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