El fiasco de las SAS abochorna a Cameron
La fallida operación de comandos en Libia golpea a la política exterior británica
La detención en las afueras de Bengasi el viernes pasado de un comando de las fuerzas especiales británicas (SAS) a manos de los rebeldes no solo ha puesto en jaque al jefe del Foreign Office, William Hague, sino que ha puesto aún más en evidencia hasta qué punto la crisis en Libia y los levantamientos en otros países árabes han revelado las carencias de la política exterior puesta en marcha por el primer ministro conservador, David Cameron.
Cameron ha querido basar su diplomacia en los intereses comerciales y las relaciones bilaterales. Cuando aún no se ha cumplido un año de su llegada al poder, los levantamientos árabes han demostrado la importancia de las relaciones multilaterales, han puesto en tela de juicio algunos intereses comerciales británicos e incluso pueden llegar a cuestionar la voluntad inicial de Cameron de evitar las costosas intervenciones militares en el exterior. Lo que a su vez pone en evidencia hasta qué punto el ajuste fiscal en marcha puede impedir poner en práctica eventuales operaciones militares.
La oposición reclama que dimita el ministro de Exteriores
William Hague tuvo que presentarse ayer en los Comunes para dar explicaciones del fiasco vivido por el país este fin de semana. La detención de un comando armado de las SAS que escoltaba a una minúscula delegación diplomática que intentaba contactar con los rebeldes no solo pone en cuestión a quienes planearon el operativo puramente militar o logístico. También cuestiona el buen juicio del jefe del Foreign Office al autorizar una operación políticamente muy arriesgada porque, al fracasar, ha jugado a favor del aparato de propaganda de Muamar el Gadafi, que puede denunciar la presencia de tropas extranjeras en territorio libio ayudando a los rebeldes que quieren derrocarle.
Hague se justificó ayer en los Comunes con el argumento de que esas operaciones son relativamente corrientes, pero no dejó claro por qué sus diplomáticos no viajaron de forma abierta a Bengasi y tuvo que oír cómo la oposición le pedía que dimitiera. Aunque Hague, carismático y antiguo líder, es un peso pesado del partido con enorme predicamento en los sectores más derechistas y antieuropeos, la de este fin de semana no es su primera metedura de pata: días atrás se declaró convencido de que Gadafi estaba volando camino del exilio en Venezuela, algo que nunca se confirmó.
Pero las carencias de la política exterior no solo apuntan a Hague: también se dirigen contra Cameron. El primer ministro maquilló con una improvisada escala en El Cairo un viaje de promoción comercial por Oriente Próximo que a muchos les pareció inoportuno y que puso de relieve las flaquezas de su estrategia exterior.
A juicio de Claire York, experta en seguridad internacional de Chatham House, "lo que ha revelado el levantamiento libio es que cualquier política exterior tiene que ser adaptable para responder a acontecimientos que a menudo no han sido previstos, para que cuando ocurren esos acontecimientos pueda haber una respuesta rápida, con mecanismos que permitan a los países responder con rapidez con los recursos que tienen a su disposición". "Ha habido énfasis en comercio y en bilateralismo, pero eso es algo muy típico de la forma en que los gobiernos conservadores abordan la política exterior", matiza.
Clara O'Donnell, investigadora del Centre for European Reform, opina que el Gobierno británico "merece la misma crítica que sus socios de la UE: no es un asunto solo británico: Francia, España y otros han hecho lo mismo". A su juicio, lo que se pone de relieve estos días es que los países de la UE "han dado prioridad a sus intereses a corto plazo, a la estabilidad, a todo lo que gira en torno a cuestiones como el comercio, la inmigración y los intereses energéticos", en detrimento de su prioridad a largo plazo de intentar promover la democracia y los derechos humanos.
"Lo que ocurre es que esas dos agendas son a menudo bastante incompatibles: promover la democracia no garantiza estabilidad a corto plazo y es también bastante difícil manejar cuestiones como la inmigración; mientras que era bastante fácil llegar a acuerdos con líderes autoritarios, va a ser más difícil conseguirlo con gobiernos más democráticos. Algunos de los acuerdos se han hecho en términos no siempre muy favorables para los países del sur, pero eran posibles porque los líderes semi-autoritarios conseguían dinero a cambio. No está claro que eso pueda seguir siendo así con gobiernos más representativos", argumenta O'Donnell.
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