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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Simulacro de la perversidad

Javier Ocaña

No son pocas las películas cuya presunta comercialidad se sostiene únicamente por una premisa atractiva. La trampa del mal, producida e ideada por el cada vez más alicaído M. Night Shyamalan, es una de ellas: cinco desconocidos atrapados en un ascensor, uno de ellos es asesinado... y entonces quedaron cuatro. Ya saben, una especie de Diez negritos en versión bolsillo, ambientada en la era de la hipervigilancia, con cámaras en cualquier rincón. Y sin embargo, a esa premisa hay que darle cierta coherencia posterior en el desarrollo narrativo y, sobre todo, a la hora del desenlace. Porque si no es así, el conglomerado final adquiere forma de simulacro de la perversidad, de timo de la estampita. Algo en lo que se convierte La trampa del mal una vez transcurrido el impacto inicial. Así, lo que queda en la memoria transcurrida la película (y no es chovinismo fácil) es la soberbia melodía legada por Fernando Velázquez (el compositor de El orfanato), con ecos a lo Bernard Herrmann, de impresionante lucidez. Las notas escupidas por los vientos de la orquesta retumbarán por siempre en nuestras cabezas.

LA TRAMPA DEL MAL

Dirección: John Erick Dowdle.

Intérpretes: Chris Messina, Geoffrey Arend, Bojana Novakovic.

Género: terror. EE UU, 2010.

Duración: 115 minutos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.
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