Supremo diseño del huevo
"Un huevo es una forma perfecta, aunque esté hecha con el culo". Tal frase áurea e imperfectible pertenece al diseñador italiano Bruno Munari, que murió en 1998 con 91 años. Fue artista e hizo casi de todo, pero la enseñanza obtenida del huevo, de su capacidad, de su resistencia, de su belleza formal y de su material inimitable, indica la superlativa condición de su cerebro creativo.
Juli Capella, nuestro jefe nacional por excelencia, le ha tendido un homenaje con el título de su libro Así nacen las cosas (Electa) y de paso describe una colección de piezas cuyo diseño las creó perfectas. Tan ajustadas a su función y tan hermosas que ni el tiempo, las nuevas tecnologías o incluso las crowds de las open sources han logrado mejorarlas. No presentan, en apariencia, secreto alguno pero se debe a su elegancia, cuya esencial cualidad es no hacerse ver. Un clip, un bic, una pinza de madera para la ropa, un botón, el post-it o la cremallera forman parte de ese olimpo que resolvió un tipo coronado de azar.
Decenas de objetos se recogen con sus peripecias en este amable libro de Juli Capella
Mark Twain dijo: "Accidente es el nombre del más importante inventor". Efectivamente. Y también podría decirse lo mismo de la belleza de un cuadro o de un paisaje, de la negligencia de la belleza que, sin quererlo, promueve la obra suprema.
Dentro de un clip no hay aparentemente nada, pero para realizarlo hay que dar unas vueltas tan inteligentes como ecuaciones exactas. La pinza de madera para la ropa tampoco parece ser nada del otro mundo, pero ni el plástico y sus derivaciones elásticas han podido con el material de madera y su resorte metálico. Toda prenda es menos tendida con una pinza de plástico que pendiendo de la alianza entre la madera y su muelle.
Todos los objetos dicen algo a poco oído que les prestemos. En realidad, no hay casa en que no dialoguen, y, en ocasiones, con voces tan disonantes que hacen perder la cabeza. El tino del objeto culmina no solo mediante su entidad, sino en la relación con otros personajes a los cuales ama o los aguanta.
Decenas de diseños producidos por el culo, portantes del mágico accidente o benditos hijos de Dios se recogen con sus peripecias en este amable libro de Capella. Varios de los ejemplos seleccionados, como el caso del abrelatas, nacieron obligados por la perentoria necesidad de vencer la resistencia de las latas, pero otros, como el post-it o el velcro se pegaron a nuestras vidas sin satisfacer ninguna demanda exasperada.
La cremallera, en cuanto instrumento de unión y de desunión, ha sido, sin embargo, de los casos más célebres. Se dice que los europeos quedaron fascinados por los soldados norteamericanos que llegaron a la I Guerra Mundial armados con braguetas de cremallera. Y Rita Hayworth, por si faltaba poco, empleó como adicional arma erótica el atasco de su cremallera en Gilda. Como consecuencia, la Iglesia tachó el artilugio de inmoral y sumamente peligroso debido a la velocidad que imprimía al desnudo. Incluso la censura de Francisco Franco se tomó esto tan en serio que prohibió una portada de los Beatles hecha por Andy Warhol que dejaba entrever el calzoncillo entre los dientes del artefacto.
Gideon Sundbäck, un sueco de 34 años, fue el responsable de introducir la cremallera en 1914, pero tan solo con el honesto fin de cerrar las sacas del correo. Nada pues relacionable con el mundo del pecado que, sin embargo, con mucho ojo supo ver el Vaticano. Un ojo parecido, aunque laico, ha puesto Capella para ayudarnos a ver -y esta será la centésima vez- el valor del diseño y cómo la forma de los objetos nos afecta. Nos afecta, sea porque nos pone de buen humor o nos afecta porque nos trastorna, cuando son birriosos y erróneos, hasta las zonas ovulares del cerebro.
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