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Columna
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Los paisajes catalanes de Wikileaks

Francesc Valls

Los papeles de Wikileaks han evidenciado las dotes periodístico-literarias del personal de las embajadas de Estados Unidos. Diplomáticos y asimilados tenían el listón bien alto tras la estela dejada por Graham Greene o Evelyn Waugh. Jim Wormold y William Boot, protagonistas respectivos de Nuestro hombre en La Habana y Noticia bomba, pusieron la invención narrativa al servicio de las relaciones internacionales. Otra cosa son, sin embargo, las presiones triunfantes ejercidas sobre los gobiernos o las administraciones por parte de Estados Unidos, de las que también dan cuenta los papeles de Wikileaks, y que evidencian la frágil división de poderes de las democracias consolidadas. Por una vez, dan toda la razón a aquel Alfonso Guerra profético que anunciaba la muerte de Montesquieu. Los despachos y la realidad encajan y muestran comportamientos de dudosa factura por parte de fiscales y ministros. Así ha sucedido en España con los vuelos secretos de la CIA o con la búsqueda de los responsables del asesinato de José Couso. Queda a la vista de todos la fragilidad coyuntural de esas paredes sobre las que se erige el Estado de derecho.

Para EE UU, Cataluña es la Escola d'Olot de Wikileaks. Al no ser independientes somos "descriptibles", no "presionables"

La mentira, amparada por la razón de Estado, campa a sus anchas. Ahí es donde cobra sentido el papel fiscalizador y crítico del periodismo respecto al poder. La exposición a la luz de estos cables secretos no debilita solo a Estados Unidos, sino que también lo hace con los gobiernos o administraciones de todos los colores que ceden a sus presiones. Robert Gates, secretario de Defensa, aseguraba a propósito: "Los gobiernos del mundo no tratan con nosotros porque les gustemos; unos lo hacen porque nos temen, otros porque nos respetan, pero la mayoría porque nos necesitan".

Los 250.000 cables desvelados por Wikileaks a través de cinco periódicos entre los que se halla EL PAÍS son una gota de agua en el océano. La Oficina de Supervisión de Seguridad de la Información de EE UU asegura que entre 1996 y 2009 el número de nuevos secretos designados como tales creció un 75% -ha pasado de 105.000 a 183.000- y ello ha multiplicado por 10 el número de documentos y otras comunicaciones derivadas, que se cifran en 54 millones. En ese inmenso mar se halla la gota de agua de las actuales revelaciones de Wikileaks. Y en ella, una millonésima parte que hace referencia a la situación política en Cataluña y a las relaciones Cataluña-España. Si Cataluña fuera independiente, seguramente hubiera pasado a la categoría de "presionable". Pero el Estado de las autonomías la ha mantenido en el terreno estricto de material "descriptible". Para el Departamento de Estado de EE UU, no pasamos de ser elementos paisajísticos. Somos la pictórica Escola d'Olot de Wikileaks. Los cables sobre las cuitas del tripartito, el "separatismo" haciendo mella en el PSC o las conversaciones del ex diputado socialista Mohamed Chaib con el cuerpo consular a propósito de la división del Islam son los pasajes más volcánicos de ese fresco coloreado por quienes nos observan. No se trata, sin embargo, de oteadores cualesquiera. De seguir la doctrina del líder de Reagrupament, Joan Carretero, los observadores están a sueldo de una de las dos grandes potencias del mundo, la otra según el ex consejero, es el Vaticano. Y hay que estar de acuerdo aunque sea parcialmente con Carretero. De manera que por amor, necesidad o temor es bueno saber qué imagen de Cataluña tiene la administración norteamericana. En la perpetua búsqueda del reconocimiento de nuestra identidad, EE UU admite a su manera la plurinacionalidad de España y destaca a Cataluña como comunidad autónoma merecedora de informes diferenciados. Al fin y al cabo tras la sentencia del Estatuto existimos como realidad nacional en los papeles del Departamento de Estado.

Algunos articulistas lamentan desde sus columnas la levedad de los argumentos que respecto a Cataluña tienen los papeles de Wikileaks. Pero se da la paradoja de que, en ocasiones, la página contigua a la del crítico comentario alberga la información denostada. Hay mucha sana envidia en la profesión periodística. Y, en España, los papeles de Wikileaks solo los tiene un diario al que a veces por premura ni se le cite.

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