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Reportaje:CINE

Llorar de risa o reír de amargura

Borja Hermoso

Los payasos. Hay algo más triste? El circo. ¿Hay metáfora más eficaz para evocar las flores de ruina / gama melancolía lluviosa de un sábado por la tarde? Que empiece el espectáculo. ¿Por qué el que me vendió la entrada es el mismo que ahora me vende los guirlaches, el mismo que agarra de la cintura a la pobre trapecista candidata a emular a Pinito del Oro, el mismo que recibe el cubo de agua en la cara, alias el payaso triste? El payaso triste. A estas alturas, ya, ¿por dónde viajan sus sueños? ¿Los tuvo alguna vez? ¿Dónde acaba su capacidad de aguante?

Y de todo eso va y nos habla Álex, Álex de la Iglesia, uno de Bilbao. De eso y de la tiniebla de un país -este- en un tiempo en que, pongámonos como nos pongamos, no todo cabía en el puchero entrañable y tranquilizador del Cuéntame. Es altamente probable (pero qué aventurado meterse en un coco tan complejo como el de este director y escritor de cine) que, en realidad, esto del avatar guerracivilista, primero, y tardofranquista, después, no brotara en su cabeza más que como un contexto ferpecto, como una mera tramoya espacio-temporal en la que poder incrustar sus historias payasas de violencia, resquemor, miseria y amores imposibles. ¿Y el humor, en todo esto? Vaya, justo tenía que elegir Álex de la Iglesia una película de payasos para instalar un bingo de tristeza y desterrar la risa, o casi. ¿Humor en esta de payasos? Que venga Tonetti y lo vea. A lo sumo, puntuales zarpazos de esa mala baba marca de la casa, consistente en sentarse con uno de sus personajes y decirle: "Mira, bonito, tu misión es sencilla: vas a masacrar al pobre diablo que tienes enfrente". Nada mejor, ya puestos, que Antonio de la Torre para lo primero y Carlos Areces para lo segundo. Payaso listo, payaso tonto, payaso gracioso, payaso triste, gente con estrella, gente estrellada.

Nos mete de lleno en las miserias morales de un país de envidias, España
Cine doloroso,el más doloroso, muy por encima de 'muertos de risa'
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Genio y figura, cuerpo y alma

'Balada triste de trompeta' es cine doloroso, cabe decir que el más doloroso de su autor, muy por encima de Muertos de risa, una película que también se las trae en el difícil arte de hacer como que se ríe cuando en realidad se llora. Balada triste de trompeta es el noveno largometraje de su autor, el tipo más dotado en el cine español para llorar de risa con lágrimas de bilis o para reír de amargura con carcajadas de salfumán, según se mire. Es, nos atreveríamos a decir aquí pese a la irremediable vocación solemne de la frase, la obra de la madurez de Álex de la Iglesia, una película amarga repleta de riesgos y hasta de triples saltos mortales -valga la expresión-, pero con un extraño empaque que retrotrae a sus mejores logros (El día de la bestia, La comunidad y ese aroma a genialidad, irregular pero indiscutible, que pulula por Los crímenes de Oxford) y que hace olvidar sus pecados veniales (800 balas, Perdita Durango…) o simplemente juveniles (Acción mutante).

Él las defiende todas a capa y espada. Hace bien. Se lo ganó a pulso. No era difícil, hace unos años, encontrarse a aquel gordinflas brillante y encantador sentado en alguna mesa baja de algún bar del centro de Madrid, intentando convencer a unos tipos, entre copas y risas (la procesión iba por dentro, en realidad él se moría de los nervios, te contaba en cuanto te veía y venía a saludarte), de que invertir en su nueva película era lo mejor que podían hacer en sus vidas. A veces lo lograba, a veces no. A veces, incluso, el apasionado amante de los comics, el licenciado en los jesuitas de Deusto, se quedó definitivamente sin su ansiado juguete, véase el malogrado proyecto de Fu-Manchú.

Primero apadrinado por los filantrópicos hermanos Almodóvar, que vieron en él un diamante bruto, perdón, en bruto, y decidieron producirle su ópera prima, la corrosiva y fresca aunque irregular y por momentos gratuita Acción mutante; luego, amamantado en las por entonces golosas ubres de Andrés Vicente Gómez, que produjo El día de la bestia, Perdita Durango, Muertos de risa y La comunidad, dando forma al "fenómeno Álex de la Iglesia"; después, produciéndose a sí mismo a través de su empresa Pánico Films; y ahora mismo, en Balada…, con financiación internacional y la implicación personal de Gerardo Herrero (nuevo rey Midas del cine español por méritos propios), estamos ante un cineasta que, independientemente de sus dotes artísticas y literarias, que son incuestionables, se supo y se sabe buscar los garbanzos con ahínco y toneladas de seguridad en sí mismo. O eso parece. Pero a lo peor el jefe de todo esto nos tiene a todos engañados y es cierta inseguridad incurable lo que guía sus pasos, y toda su carrera, su brillante carrera de altibajos y genialidades, ha ido saliendo así, zas, sobre la marcha y solo Dios sabe cómo, seguro que porque el talento en estado puro y la valentía tendente a la inconsciencia no entienden de baches: los pueden cazar todos, pero salen de todos.

Una rebelión de minusválidos contra la sociedad opresora, un pobre diablo de cura bilbaíno en pos del diablo de verdad, la historia de sexo y sangre de unos salvajes Bonnie & Clyde en versión fronterizo-mexicana, las sombras del éxito en el mundo del entertainment, lo próximo y lo posible como vehículos del terror, la ruina moral y física de los viejos vaqueros del siglo XX, el humor negro tiñendo con saña las fronteras entre lo que se quiere ser y lo que se es, la muerte y la matemática como eje argumental… Y ahí queda encerrada, poco más o menos, la trayectoria cinematográfica del cineasta Alejandro de la Iglesia Mendoza, catapultado al mundo en 1965 donde a él le dio la gana, o sea, en Bilbao.

Solo falta el último eslabón: el amour fou como antídoto contra la ruina, más los infranqueables complejos de personalidad, más la memoria, más la sangre, más la nostalgia, más los abismos del "no hay retorno", más esa inconfundible estética comiquera que Álex de la Iglesia sabe inyectar en algunos momentos clave de su cine… porque todo eso es Balada triste de trompeta.

Una película que toma su título de la canción homónima de Raphael, que nos mete de lleno en el variado catálogo de las miserias morales de un país de envidias llamado España y que, si pensamos, si pensamos, resucita a fogonazos al pobre Hans Schnier, aquel personaje lúcido y resquebrajado parido por Heinrich Böll en sus indispensables Opiniones de un payaso. Claro que esto último no pasa de ser una apreciación subjetiva, lo mismo que el hecho de ver las innegables turgencias de la trapecista encarnada por Carolina Bang descolgándose en su balancín al principio de la película y embrujando a Javier, el payaso triste (colosal Carlos Areces), le recuerda a uno a aquella secuencia en la que la embriagadora Solveig Dommartin hacía lo propio en El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders. Sí, efectivamente: muy subjetivo, quizá demasiado. Probablemente Álex de la Iglesia odie El cielo sobre Berlín. Demasiado melifluo Wenders, para él. En fin, nunca se sabe.

La Guerra Civil, el Valle de los Caídos, la muerte de Carrero Blanco, los grises (hipercaricaturizados: no hay uno que no parezca sacado de Loca academia de policía), Franco cazando perdices en la finca de un pelota fascista y tuerto -Sancho Gracia, fetiche alexiano-, un régimen dictatorial que se desmorona… Todo eso nada menos está metido en Balada triste de trompeta, y no va a faltar quien sostenga - no del todo sin razón- que a veces está metido con calzador. Pero uno no se imagina a Álex de la Iglesia practicando ejercicios de autolimitación. Por otra parte, hay que recordar que esta vez se ha colocado a sí mismo solo ante el peligro, sin el apoyo de su coguionista y amigo Jorge Guerricaechevarría, con quien venía trabajando desde los inicios de su carrera. Sin embargo, ya lo dice el propio Álex de la Iglesia en la muy dadaísta y muy recomendable autoentrevista que preside su pagina web: "Es terrorífico, ya nadie es necesario". Una frase cualquiera que ahora parece premonitoria.

La película que ganó en la Mostra de Venecia los premios de mejor dirección y mejor guión tiene 20 minutos iniciales apabullantes, pero antes tiene algo más: unos títulos de crédito que deberían pasarse en las escuelas de cine y hasta de publicidad.

Consejo práctico: no se llegue tarde al cine el día que se escoja esta película. Otro: descúbrase o revísese la filmografía de Álex de la Iglesia antes de asomarse a esta Balada triste de trompeta; entenderá muchas cosas.

Consejo final: no se fíe usted de los payasos tristes. Esconden, bajo el maquillaje blanco y la exagerada ceja negra, volcanes en erupción.

La película 'Balada triste de trompeta' se estrena el próximo 17 de diciembre.

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Sobre la firma

Borja Hermoso
Es redactor jefe de EL PAÍS desde 2007 y dirigió el área de Cultura entre 2007 y 2016. En 2018 se incorporó a El País Semanal, donde compagina reportajes y entrevistas con labores de edición. Anteriormente trabajó en Radiocadena Española, Diario-16 y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra.

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