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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Monumento al dictador desconocido

En muchas ciudades del planeta encontrarán ustedes grupos escultóricos dedicados al soldado desconocido. Lo que no es tan frecuente es tener un monumento al dictador desconocido. En eso, Barcelona estuvo un tiempo a la cabeza de la más rabiosa originalidad. Esta historia empieza en 1897 en la República Dominicana, cuando un grupo de oficiales del ejército decide dar un golpe de Estado. De aquellos hombres sobresale un general llamado Ulises Heureaux que -exceptuando el hecho de ser negro y llevar apellido francés- no se diferenciaba en nada de los otros tiranos que asolaban el continente americano por aquellas fechas. El nuevo hombre fuerte de la isla se pone muy pronto a la tarea y comienza a bautizar avenidas con su nombre y a colgarse toda suerte de medallas. En sintonía con sus deseos, sus partidarios resuelven sufragarle una espléndida estatua ecuestre que presida la plaza principal de la capital. Pero en aquellos años su país no cuenta con ningún escultor a quien encargar tal proyecto.

Aquí la historia salta el Atlántico, cuando una comisión de empresarios de origen catalán encarga una gran escultura al artista barcelonés Pere Carbonell. Este tarda pocas semanas en modelar el retrato del general y de su montura, que son fundidos en bronce en el taller Masriera i Campins. Pero en la pequeña república caribeña estalla un nuevo pronunciamiento y Heureaux muere asesinado por un chaval de 16 años llamado Jacobito de Lara, que le dispara a bocajarro. Para entonces, su estatua, debidamente embalada, ha sido llevada a un depósito del puerto. Una de las primeras decisiones del nuevo Gobierno dominicano es rechazar el monumento y hacérselo pagar a la comisión que lo ha encargado. Sin dueño ni utilidad, la pieza reposa dos años en un almacén -en los famosos Docks, en el 170 de la actual avenida de Icària-, dentro de una gigantesca caja de madera que, sometida a la intemperie, se va deteriorando lentamente.

Un buen día, tras una furiosa tormenta que destroza el embalaje, el dictador y su caballo emergen como por arte de magia ante los estupefactos estibadores. Una comisión realiza las oportunas indagaciones y queda claro que ni su autor ni sus propietarios quieren saber nada de la estatua. Así que los trabajadores portuarios deciden quedársela. Organizan una cuestación entre ellos para pagarle un pedestal y le plantan alrededor un pequeño jardín. Como nadie conoce a Heureaux -ni el monumento lleva inscripción alguna-, entre el vecindario se corre la voz que se trata de un homenaje al fundador de los Docks. Ninguno de aquellos fornidos mocetones -la gran mayoría simpatizantes del movimiento libertario- supone ni de lejos que le ponen flores a un tirano. Así continúa hasta que, a principios del siglo XX, llega un cónsul dominicano a averiguar el destino de la escultura. La busca en chatarreros y talleres de hierro, sin imaginar que la pieza preside una plaza de la ciudad. Cuando por fin la encuentra, decide dejarla donde está, y durante cerca de 40 años el lugar se convierte en punto de encuentro para la pequeña comunidad dominicana que había entonces en Barcelona.

La historia termina al inicio de la Guerra Civil, cuando los anarquistas desmontan al general y lo vuelven a fundir para hacer balas. Por lo visto, el pedestal vacío llegará hasta la posguerra, cuando será definitivamente retirado. Para esas fechas, el país se nos había llenado de estatuas ecuestres muy parecidas a la de Heureaux, solo que el dictador que aparecía en ellas no tenía nada de desconocido. Juzguen ustedes si no era mejor aquel monumento anónimo.

Edificio de la avenida de Icària donde se encontraba el almacén de los Docks.
Edificio de la avenida de Icària donde se encontraba el almacén de los Docks.MARCEL·LÍ SÀENZ

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