Cada uno en su casa
Gracias a fotografías como la presente nos damos cuenta de que el periódico nos vincula a la realidad en la misma medida en que nos separa de ella (así también actúan las palabras: como filtros entre lo que nombran y nosotros). Si no hubiera sido por el diario, no habríamos sabido de las inundaciones en Pakistán, pero tampoco habríamos advertido que nos afectaban solo de un modo teórico. Justo donde termina la imagen concluye una realidad y comienza otra. Nosotros pertenecemos a la de acá. Aunque la instantánea está obtenida desde un punto de vista tal que tiene uno la impresión de que el agua le moja los zapatos, lo cierto es que al cambiar de página seguimos con los pies secos. No hay, pese a la apariencia, una continuidad entre lo que ocurre en el interior de la fotografía y lo que sucede dentro del salón de nuestra casa. El papel del diario es la frontera entre uno y otro lugar. Si te encuentras de este lado, estás a salvo, como el que desde la orilla ve bracear a alguien que se ahoga. Observen los rostros de estos desgraciados, verdaderos muertos en el trance de atravesar la laguna Estigia. Dirigen la mirada al objetivo sabiendo que la cámara marca el límite entre su realidad y la del que la observa. Suele decirse que el observador es víctima de lo que ve, cuando no responsable de lo que mira. Pero estas consideraciones son más literarias que otra cosa. La foto está firmada por una agencia de prensa del primer mundo. Los fotografiados, todos ellos sin nombre, pertenecen al tercero. Cada uno en su casa, y Dios en la de nadie.
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