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Cine documental, una ventana al mundo

"Aquí nadie abjura, ni pide perdón"

Las víctimas de ETA denuncian la anómala aceptación de los criminales

Han pasado cinco años desde que Trece entre mil expuso con crudeza la devastación generada por ETA. El documental de Iñaki Arteta encadena 13 testimonios de otras tantas víctimas enhebrados con los materiales del quebranto, la angustia, el miedo y el desamparo. Esa cinta, altamente perturbadora, vuelve ahora a ser distribuida cuando ya han fallecido dos de las personas que hablan ante la cámara: Álvaro Cabrerizo, que perdió a su mujer y a dos hijas en el bombazo a Hipercor, y Francisco Marañón, conductor del vicealmirante Fausto Escrigas asesinado dos años antes.

La muerte de Francisco Marañón, herido gravemente en el mismo atentado, habría que aceptarla con alivio porque, postrado como estaba en una silla de ruedas y aquejado de graves dolencias físicas y psíquicas, llevaba dos décadas reclamando que se pusiera fin a su vida. "Quiero que tengan conmigo la humanidad que nos lleva a sacrificar al caballo que se ha roto la pierna", decía este hombre, doblemente desahuciado, según él, porque había perdido "aquel humor tan bonito que tenía antes" y no conseguía librarse del tableteo "ra-ta-ta-ta" que le atormentaba noche y día.

A Salvador Ulayar, el primero por orden de aparición en el documental, le parece que la atmósfera vasca está congelada desde entonces y que nada ha cambiado verdaderamente, pese a la supuesta "tregua" y a la nueva actitud de Batasuna. Se comprende, visto que su pueblo, Etxarri Aranatz (Navarra), sigue siendo un parque temático de apología permanente del terrorismo que ni siquiera se detienen ante los muros de la casa de los Ulayar, ahora clausurada. "Fuera conquistadores españoles", reza en euskera la pintada que ensucia la fachada del caserón, a pocos metros del punto en el que el ex alcalde del municipio, Jesús Ulayar, fue abatido y muerto de cinco tiros el 27 de enero de 1979 a las ocho de la tarde. "Encontrará fácil el sitio donde asesinaron a mi padre; simplemente tiene que fijarse en los contenedores de basura que colocó allí el Ayuntamiento", dice el hijo de la víctima.

En realidad, Salvador Ulayar no se ha movido de ese lugar desde que a los 13 años salió de casa con su padre y contempló aterrorizado e impotente al asesinato. Fue el 27 de enero de 1979, pero él ha seguido ahí sin volver la cara, desconcertado ante la aparición de la pistola negra, aturdido por los disparos, desgañitándose con el grito "mal nacidos", persiguiendo vanamente a los asesinos y postrado ante el cuerpo agonizante de su padre. Ha estado ahí, sin dejar de sentir perplejidad y escándalo ante la cobertura cómplice prestada a los terroristas. "El perdón como edificación personal es una idea bien interesante, pero exigirles a las víctimas que perdonen resulta inhumano, supone echar sobre ellas una carga excesiva; lo único que se les puede pedir es que se atengan a la ley", afirma. "Además, aquí, nadie se reconoce terrorista, nadie abjura de su pasado, ni pide perdón".

Cuando Salvador Ulayar dice "nadie", piensa, particularmente, en el asesino de su padre, en el vecino de Etxarri Aranatz que, tras cumplir 17 años de cárcel, fue recibido como un héroe en el pueblo y declarado hijo predilecto junto a otros terroristas locales. "No ha habido un gesto de su parte; al contrario, sigue yendo de chulo y matón. Hemos tenido encontronazos con él cada vez que hemos coincidido, sea en los grandes almacenes o en las urgencias del hospital en Pamplona. Como le increpamos y le llamamos asesino, lo que es, él se echa la mano a sus partes y hace como que nos dispara con la otra mano".

Salvador cuenta que su madre y la del asesino tenían una relación normal porque coincidían en la iglesia. "Tras el atentado, la madre del asesino dejó de integrarse en el grupo habitual de feligresas hasta que la mía le dijo: '¿Por qué te apartas?, tú a mí no me has hecho nada". Lo que a los Ulayar les revuelve el estómago es que el Ayuntamiento gobernado por la coalición nacionalista NaBai, integrada por PNV, Aralar, EA y Batzarre, se haya negado a revocar el acuerdo municipal por el que se declaró hijo predilecto al asesino de su padre. Por ahí sangra también la herida, el agujero negro que se abrió aquel día.

Algunos de los "trece entre mil" no han visto su documental para evitarse renovadas pesadillas. Es el caso de la viuda y de los cuatro hijos de Alberto López Jaureguizar, el delegado de Tabacalera y militante de AP, secuestrado y asesinado en Algorta (Vizcaya) el 16 de julio 1982. "Mis hijos se han enterado de lo que pasó aquel día, aunque esa fecha no existe para nosotros. Nunca hablamos de aquello, ni siquiera cuando, en marzo último, detuvieron en Francia al asesino, un tal José Lorenzo Ayestarán que durante muchos años vivió tranquilamente en Venezuela", indica la viuda, María Victoria Vidaur. Sus hijos saben, por tanto, que cuando ETA mataba, su padre ponía en el balcón una bandera española con crespón negro y suponen que ese gesto debió costarle la vida porque fue encontrado atado, reclinado sobre la tierra y con una bandera española en la boca.

Mañana, en su quiosco por 2,95 euros al comprar EL PAÍS.

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