Difíciles equilibristas
Darían para un florilegio de lo fatuo los razonamientos de los jurados de los premios nacionales, esas piezas de torpe prosa que suelen servir para más bien poco. El de la feliz concesión, ayer a Amaral, del segundo galardón que entrega el Ministerio para premiar las Músicas Actuales (sea lo que sea lo que eso signifique) aduce como mérito de la banda el "trasladar al público el sentimiento de las jóvenes generaciones".
¿Acaso intentaron ser los jurados más "actuales" (por seguir con la dialéctica) que cuando concedieron el premio el año pasado a Joan Manuel Serrat, un tipo de indudable grandeza y que está hace décadas más allá de los galardones? A lo mejor, solo quisieron poner de relieve que Amaral, aun lejos de ser un grupo experimental, representa una fórmula casi mágica en unos tiempos escasamente líricos para (el negocio de) la música.
Gracias al trabajo duro y a la pasión por la música (solo hay que verlos hablar del tema) han logrado un casi perfecto equilibrio entre la viabilidad comercial y el reconocimiento de los entendidos; entre la independencia y esa habilidad para encajar en la industria como una pieza perfectamente engrasada; entre la clase de letras que emocionan a la sobrina de la carpeta bajo el brazo y, qué demonios, hasta al tío de la impresionante aunque algo inútil colección de discos.
Y eso es un mérito, claro, aunque al gremio le resulte raro que los méritos los ande reconociendo nada menos que un Ministerio. El mismo que nunca se tomó demasiadas molestias en el asunto. Como acostumbra a decir el gran Mario Pacheco -un productor sin el que casi nada de todo esto (la música actual en España) habría sido lo mismo-, "el pop siempre se las ha sabido apañar sin subvenciones". El de Amaral, también.
Babelia
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