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El nuevo ballet ruso desnuda su alma

La compañía Eifman lleva de gira por España un 'Oneguin' del siglo XXI

El ballet moderno ruso tiene en el coreógrafo siberiano Boris Eifman (Rubtsovsk, Altai Krai, 1946) su mejor valedor. Fundó su propia compañía como un teatro de danza experimental en 1977 en la antigua Leningrado. Ahora el Eifman Ballet de San Petersburgo, una flamante gran compañía de ballet contemporáneo, trae a España en una amplia gira (el sábado arrancó en Palma de Mallorca) que durará hasta finales de mes su última creación: Oneguin, basada en la obra homónima de Alexander Pushkin.

Ampliamente glosado por la crítica europea y norteamericana, Eifman ha consolidado un estilo fluido y potente que podemos fijar como el verdadero ballet moderno ruso, y es precisamente San Petersburgo su crisol, donde no siempre ha sido aceptado con benevolencia ni de buen grado. En tiempos tuvo que luchar a contracorriente (no pisó el Bolshoi de Moscú hasta apenas unos pocos años).

Tras sus experiencias con argumentos clásicos extraídos de la gran literatura rusa como Ana Karenina o Los hermanos Karamazov u otros éxitos como la Giselle roja o el Hamlet ruso, Eifman explora otra vez el alma rusa a través del Oneguin, pero trayendo la acción hasta el siglo XXI. La trama arranca en 1991, en los momentos de descomposición del sistema soviético y llega hasta el mundo esperpéntico de los nuevos ricos y oligarcas de la Rusia de hoy, representados por un millonario ciego y su corte particular.

Sobre una partitura que retoma fragmentos sinfónicos y de cámara de Chaikovski junto a incursiones electroacústicas (también de gran belleza) de Alexandr Sitkovetski, Eifman estructura un ballet coral en dos actos donde la historia se sigue con enorme facilidad. La estética de unos decorados creados por Zinovi Margolin e inspirados en el constructivismo ruso de los años veinte (donde están de verdad los orígenes del ballet contemporáneo y geometrista de mucho después) se complementan con el vestuario ideado por Olga Shaishmelashvili y Piotr Okunev, donde no faltan también los guiños a las vanguardias y a la época del oro del teatro moderno ruso.

Conocedor de las herramientas del gran ballet coral y a la vez oteando un mundo expresivo particular más terrenal e individualista, Eifman ha ido cuajando su estilo y manera de contar historia, sabiendo que el ballet narrativo es la piedra más dura de tallar en la escena de danza. Eifman, como si de un escultor se tratara, modela en la Tatiana de Anastasia Sitnikova una personalidad que inspira poesía en su fragilidad trágica; lo mismo sucede con el Lensky de Dmitri Fischer, intenso y entregado. El Oneguin de Oleg Gabyshev (que tiene un salto poderoso y una presencia rotunda) aporta toda una paleta de acentos románticos contenidos y muy imbricados en el estilo. Este Oneguin dice que el ballet narrativo es hoy posible en toda su grandeza y desde una modernidad medular y latente.

Un momento del <i>Oneguin </i>de la compañía Eifman Ballet de San Petersburgo.
Un momento del Oneguin de la compañía Eifman Ballet de San Petersburgo.VALENTIN BARANOVSKY

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