Entre Edipo y Breton
Un niño con evidentes problemas psicológicos que ha pasado largo tiempo en el hospital sin pronunciar una palabra regresa al hogar convertido casi de la noche a la mañana en un responsable cabeza de familia, en un padre y marido de mente despejada y verborrea constante, aunque en realidad escondido en el cuerpecillo de un crío de nueve años. Semejante premisa, tan peregrina como eficaz, puede valer igual para construir un drama de base psiquiátrica y efectos colaterales de carácter social que para experimentar con cierto surrealismo de raigambre mexicana (Luis Buñuel y El ángel exterminador, Arturo Ripstein y El castillo de la pureza, no están muy lejos). Diego Luna, habitual actor, aquí director y coguionista, decide tirar del hilo de la primera opción más que del de la segunda, acudir a Edipo más que Breton. Es su elección; discutible, sobre todo en el desenlace, pues quizá se está cortando a sí mismo las alas de la creatividad, pero de todos modos Abel, ganadora del Premio de la Juventud y el de la sección Horizontes Latinos del reciente Festival de San Sebastián, se impone como una prometedora ópera prima.
ABEL
Dirección: Diego Luna.
Intérpretes: Karyna Gidi, Christopher Ruiz-Esparza, José María Yazpik, Geraldine Alejandra.
Género: drama. México, 2010.
Duración: 83 minutos.
Con una perfecta dirección de intérpretes y una evidente buena mano para el manejo de los actores infantiles, Luna guía a sus criaturas hacia una meta cada vez más brumosa en el aspecto dramático. La banda sonora de Alejandro Castaños le va otorgando una atmósfera que mezcla muy bien el enrarecimiento y la atonalidad en los momentos dramáticos, junto a lo jactancioso y lo cortante en los momentos cómicos, aspecto en el que ayuda también una planificación que abunda en esa aureola de demencia que rodea casi en todo momento a la historia.
Eso sí, el desenlace, seguramente delicioso desde un punto de vista humano, resulta algo plano y convencional desde el plano más artístico. Como un sueño, o una pesadilla, que después de ser apasionante de puro extraña, acaba desembocando en una explicación tan racional como aburrida.
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