Giamatti y Hellman alivian un poco la recta final de una Mostra insoportable
Paul Giamatti era ese actor durante tanto tiempo secundario que además de inyectar veracidad y sentimiento a una gama muy variada de personajes, lograba sin esfuerzo eclipsar a las estrellas que le tocaba acompañar. No hay nada excepcional en su rostro ni en su físico, es alguien que pasaría inadvertido en la calle, prototipo de la normalidad, pero cuando se coloca delante de la cámara y empieza a actuar te puede convencer de cualquier cosa. Hay directores que ya se atreven a confiarle el protagonismo a ese señor bajito y medio calvo. Su actuación nunca decepciona, independientemente de los méritos o deméritos de esas películas. Su trabajo es lo más convincente y magnético de Barney's version, opera prima de Richard J. Lewis, que antes se había dedicado a las series de televisión. Cuenta en tono de tragicomedia las luces y las sombras; desdichas y triunfos; amores y divorcios que han sucedido a lo largo de 40 años en la existencia de un vividor marcado por la relación con su padre, un estricto policía judío y con un amigo problemático.
Delante de una cámara, el actor te puede convencer de cualquier cosa
La comedia que desarrolla la parte inicial está bastante lograda, pero ese ingenio se va difuminando hasta llegar a un final con vocación de lacrimógeno. A la salida de la proyección me encuentro con espectadores que tienen los párpados humedecidos, una sensación que se agradece en el cine. Les envidio porque el desenlace de esa historia les haya provocado las lágrimas, pero no es mi caso. A mí me deja frío. Lo único que me conmueve son los matices y la complejidad emocional que Paul Giamatti aporta a su personaje.
Monte Hellman dirigió a Jack Nicholson en cinco películas al comienzo de su carrera, westerns hieráticos y experimentales que tuvieron notable eco en los circuitos del cine independiente. Eran tan originales como aburridos. El ingrato de Nicholson abandonaría después la vanguardia representada por Hellman para intentar volar más alto, ser un valor seguro en la taquilla y convertirse en una de las leyendas más justificadas del mejor cine norteamericano. El estilista Hellman rodaría a principios de los años setenta Carretera asfaltada de dos direcciones, protagonizada por gente desarraigada que compite en peligrosas carreras de coches. Sigue siendo una película de culto en el cine independiente. El ya anciano Hellman sigue militando en el mismo circuito, tal vez porque la industria de Hollywood nunca valoró su talento para hacer otro tipo de cosas. Siempre se ha buscado la vida con películas de ínfimo presupuesto, actores desconocidos con ganas de aprender y los códigos de siempre.
Su última película Road to nowhere mantiene dignamente esas características de estilo en un género tan arriesgado como el del cine dentro del cine. Cuenta el rodaje de una película trágica y marcada por el suicidio de la actriz que la iba a interpretar inicialmente a cargo de un director convencido de que puede hacer su obra maestra con ese atormentado guión. La mezcla de ficción y realidad está lograda. El posibilista Hellman utiliza inteligentemente los recursos que tiene y no se pierde en la complicada estructura de la historia. No es una película memorable, pero tiene un punto inquietante, lo cual es muy de agradecer en medio de lo que ha ofrecido la Mostra.
Drei lleva la firma de Tom Tykwer, director con el que la crítica se precipitó demencialmente al etiquetarlo como el gran talento de la modernidad en el cine alemán a raíz de Corre, Lola, corre. Aquí hace una discursiva y pedante reflexión sobre la vida y la muerte, el sexo y la enfermedad, protagonizada por un matrimonio que acaba teniendo el mismo amante aunque ellos lo ignoren. Es tan pretenciosa como vacua, algo habitual en el cine de Tom Tykwer.
Babelia
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