Y volver, volver, volver
Francico Álvarez Cascos recuerda a ese boxeador sonado que va de gimnasio en gimnasio mendigando un último combate. ¿Pero no te das cuenta de que estás acabado?, le dicen con delicadeza los promotores pugilísticos. Y él les responde con la enumeración de sus antiguas glorias. Yo llevé a Aznar a la Moncloa, yo fui ministro de esto, de lo otro y de lo de más allá (sobre todo de lo de más allá), yo pesqué el campanu varios años seguidos, yo abatí ciervos de 17 puntas, yo la lié con el Prestige, yo me casé siete veces (estando en contra del divorcio, se entiende, que es lo que tiene mérito), yo hice con mis propias manos autopistas, yo levanté aeropuertos, inauguré 5.000 primeras piedras, y gasté en propaganda política cantidades de dinero público con las que se resolverían 18 crisis financieras.
Álvarez Cascos juró (o perjuró, ahora no caigo) que ni regresaría a la política ni aceptaría los homenajes que en la actualidad limosnea de pueblo en pueblo. Está dispuesto a cualquier cosa por volver al coche oficial, al despacho con moqueta, a las primeras páginas de los periódicos, a los telediarios afectos o desafectos, lo mismo le da, con tal de volver, volver, volver. Cuando los dirigentes del PP le dicen que no está en condiciones físicas ni mentales, se pone hecho un basilisco (o un obelisco, dadas sus características). En el último homenaje le regalaron un bocata de chorizo para que callara la boca. Le gustó, como se aprecia en la imagen, pero no había terminado de embucharlo y ya estaba otra vez con que necesitaba presidir algo urgentemente.
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