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LA ZONA FANTASMA
Columna
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Ráfagas sudafricanas

Javier Marías

Jabulani. Escribo esto cuando falta una semana para que termine el Mundial de Sudáfrica y sólo quedan cuatro equipos en liza: Holanda, Uruguay, Alemania y España. Que el mundo está regido por dementes e incompetentes -con alguna excepción- lo comprobamos a diario al leer el periódico o ver las noticias. Que también algo secundario y festivo como el fútbol esté en manos de ineptos sólo confirma la tendencia general. Lo fundamental en un Campeonato es que los jugadores dispongan de un instrumento adecuado para desarrollar su talento. Los futbolistas profesionales se pasan la vida tratando de mejorar su dominio de la pelota; calculando la fuerza, la velocidad y la trayectoria que le deben imprimir, perfeccionando tal o cual efecto que pueden darle según cómo lo golpeen. Así pues, la mayor imbecilidad en que puede incurrirse es obligarlos a jugar con un nuevo balón ridículo, el Jabulani, detestado por todos. Hemos visto cómo los tiros desde lejos se marchaban casi siempre a las nubes; cómo un pase medido se convertía en un proyectil inalcanzable para quien debía recibirlo; cómo los porteros rechazaban disparos como si jugaran al voley-ball o se tragaban pelotas mansas; cómo reinaba la imprecisión y se metían menos goles que nunca. Los responsables de la FIFA, Joseph Blatter y Julio Grondona, deberían dimitir en cuanto se oyera el pitido final del partido final. Otra cosa sería la consagración de la idiotez.

"Milagro será que no padezcamos, a partir de ahora, las malditas 'vuvuzelas' en todos los estadios

Árbitros. Claro que cometen fallos. A veces un fuera de juego es casi imposible de detectar, como el probable de Villa en su gol a Portugal. Estos errores son normales y disculpables. Lo que es anómalo e imperdonable es que no adviertan uno como el del argentino Tévez en su primer gol a México, porque no tenía delante a nadie, ni a un solo defensor. También que no vieran cómo, tras un tiro del inglés Lampard, el balón botó bien dentro de la portería alemana en lo que habría supuesto el empate a 2. Con tan flagrantes injusticias, tanto Argentina como Alemania quedaron ya deslegitimadas para vencer en el Campeonato. El aún posible triunfo de la segunda estaría para siempre ensombrecido. Más deslegitimados aún quedan esos árbitros, y más aún quienes los eligieron, Blatter y Grondona, que deben ya dimitir por segunda vez en esta página.

Vídeo. Estos individuos se niegan a recurrir a él, y aducen que el juego se vería constantemente interrumpido. No sería así si a cada equipo se le concediera la posibilidad de apelar a la revisión sólo una vez en cada tiempo. Seguro que no malgastarían su oportunidad en tonterías ni en jugadas discutibles o dudosas. La guardarían como oro en paño, por si acaso se producía un error crucial, como los dos mencionados. Se tarda diez segundos en ver una repetición, privilegio al alcance de millones de telespectadores, pero no de los árbitros ni de los futbolistas. Como máximo se emplearían cuarenta segundos por partido en enmendar las adulteraciones brutales.

Vuvuzelas. Por si no se hubiera hecho suficiente daño al fútbol y a los jugadores con la porquería de balón, se ha permitido que los espectadores sudafricanos hayan mantenido su costumbre local de soplar esas trompetas horrísonas durante el juego. Como no hay estupidez en el mundo que no tenga éxito instantáneo, los visitantes de los demás países se apuntaron corriendo al estruendo infernal, y milagro será que no padezcamos, a partir de ahora, las malditas vuvuzelas enarboladas por memos en todos los estadios del globo. Pero es que, además, cuando la gente se cansaba de soplar o se volvía momentáneamente sensata, la organización ponía a todo volumen su propio sonido de vuvuzelas grabadas, y con un insoportable ritmo acompasado. Aparte del daño comprobado para los tímpanos, sobre todo los de los niños, resulta que ni los propios jugadores se oían unos a otros en el campo. Y todos sabemos cuán importante es que un defensa le oiga chillar a su portero: "¡Mía!" Puede que eso le costara la eliminación a Brasil: quizá Felipe Melo, al cabecear contra su red, no le pudo oír a su guardameta, Julio César, esa palabra vital.

Maradona. Su carrera como entrenador era inexistente, pero Grondona puso en sus manos la selección de su país. Fue un jugador enormemente habilidoso, pero nunca pareció inteligente y no tenía por qué serlo ahora, ni como estratega ni como táctico, y así le ha ido a su equipo. Lo que no era obligado es que se convirtiera en el personaje más antipático del Mundial: desdeñoso, megalómano, perdonavidas sin motivo, supersticioso -él y sus palmeros se santiguaban nueve veces al comienzo de cada encuentro-, achulado, faltón. Cuando habló tras la humillación sufrida a pies de Alemania, ni siquiera dio la impresión de lamentarlo de veras, como si la cosa no fuera con él. Invita a reconsiderar su grandeza pretérita: al fin y al cabo, las televisiones repiten machaconamente sus tres o cuatro mejores goles, nada más. Pero somos muchos los que recordamos sus numerosos partidos anodinos en el Barcelona, que jamás ganó un título con él.

Cruyff. No estaba en el Mundial, pero la mezquindad ha coincidido en las fechas. La nueva junta directiva del Barça ha puesto en duda que merezca ser su Presidente de Honor, como lo es Di Stéfano en el Real Madrid, y Cruyff ha entregado su insignia al flamante Presidente Sandro Rosell, quien no comprende, a lo que se ve, que el honor se lo hacía Cruyff al Barça y no al revés. Él sí fue inteligente siempre, como jugador y como entrenador.

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