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Columna
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Marcas en declive

Lluís Bassets

En la globalidad multipolar tendrá un papel creciente la imagen de los países, lo que suele llamarse la marca-país, que cuenta tanto a la hora de vender productos como de obtener créditos e inversiones, de conseguir acuerdos favorables en los foros internacionales o de contar con presencia y puestos relevantes en las instituciones. España era un país acostumbrado a ver su marca por los suelos a lo largo de la historia hasta que terminó la dictadura. No es hora de recordar aquí los numerosos acontecimientos que levantaron la marca de España, pero sí de reseñar que el cenit probablemente se ha alcanzado en los primeros años del siglo XXI, justo antes de que empezara esta devastadora crisis económica que está poniéndolo todo patas arriba. Las marcas no son elementos aislados, sino que actúan de forma sinérgica. En estos mismos años todas las marcas asociadas a la española han subido enteros en la cotización internacional. Por arriba, Europa, lógicamente; por debajo, un buen puñado de marcas, como Barcelona, Cataluña o Madrid, se han visto también impulsadas en su valor.

El apartamiento de Garzón y la sentencia del Estatuto no tienen efectos inocuos en la imagen internacional de España

Con la crisis económica y la redistribución de poder en el mundo también se producen bruscas variaciones en la cotización internacional de los países y sus ciudades. Venimos de un mercado que era muy dual y sencillo en su funcionamiento -Coca-Cola frente a Pepsi-Cola, para entendernos- en el que actuaba un cierto reparto de cuotas, y ahora estamos en un zoco multicolor y complejo, en el que hay que luchar por las propias marcas con mucha más tenacidad e inteligencia. Los países emergentes y las nuevas megalópolis globales se comen las cuotas de imagen de los países establecidos y de nuestras admiradas ciudades históricas. Ha llegado así la hora de un cierto declive para un conjunto de marcas occidentales que deberán ceder territorio a otras nuevas, probablemente asiáticas, latinoamericanas o africanas.

En el caso de la marca España, además de las circunstancias geopolíticas que afectan a todas las marcas europeas, hay un declive propio, trabajosamente obtenido por mérito de los propios españoles. El tipo de relaciones que hay entre Gobierno y oposición, por ejemplo, afecta al prestigio de la marca España. La oposición se siente autorizada a atacar al Gobierno ante la opinión pública internacional y no le importa perjudicar a la calificación de su deuda pública o el precio de sus bonos. El mejor exponente de esta actitud y de ese problema específicamente español es que un ex presidente del Gobierno como José María Aznar ande por esos mundos denigrando a su sucesor, sin atender ni tan siquiera a la estrategia o a las conveniencias de su propio partido. No hay en Europa occidental otro caso de polarización política tan extrema y de sistemática denigración del adversario, con la única excepción del radicalismo republicano del Tea Party contra Obama.

No es el único elemento interior que contribuye al deterioro de la marca internacional. Casos de corrupción política como el Gürtel, el espionaje en la comunidad de Madrid, Pretoria o Palau de la Música, junto a sus efectos desmoralizadores sobre la ciudadanía, tienen efectos corrosivos sobre la marca del país donde se han producido, multiplicados además si las urnas vienen a premiar a los más corruptos como puede leerse ya en los indicadores demoscópicos más fiables; entre otras razones porque los ciudadanos tienen que escoger entre castigar a Gobiernos que no han sabido enfrentarse adecuadamente a la crisis y unas alternativas de gobierno que siendo profundamente sospechosas son las únicas que quedan a mano.

Pero la contribución más original al deterioro de la marca España, la más personal también, es la que se produce por la decisión individual de unos pocos jueces, en cuyas manos caen responsabilidades que superan ampliamente sus capacidades y criterio. Este ha sido ya el caso del procesamiento de Garzón por un supuesto delito de prevaricación y lo será también una sentencia del Tribunal Constitucional adversa al Estatuto de Cataluña. Si el apartamiento de Garzón ha sido percibido como una gran injusticia y una regresión democrática en todo el mundo, lo mismo sucederá con una sentencia del Tribunal Constitucional español que rectifique severamente una ley orgánica aprobada por dos Parlamentos -el autónomo catalán y el que representa al conjunto de la soberanía española- y ratificada en referéndum por los ciudadanos de Cataluña.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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