Ingenuidad 'heavy'

En el magnífico This is Spinal Tap, falso documental pergeñado por Rob Reiner en 1981, uno de los miembros de la ficticia banda de heavy rock protagonista afirmaba que "la línea que separa la estupidez de la inteligencia es demasiado fina". Al ver Anvil, documental (verdadero) sobre una banda de heavy metal canadiense de larguísima vida, pero que tras tocar en sus inicios junto a Scorpions y Bon Jovi nunca explotó, es imposible no rememorar no solo la película de Reiner sino también aquella sentencia.

Ver a un tipo duro que, a los 51 años y tras casi 35 de oscura trayectoria musical, llora de emoción porque su hermana mayor ha accedido a prestarle unos miles de dólares para grabar una maqueta con la que por fin cumplir su sueño provoca una mezcla de estupefacción, pena, admiración y fascinación que queda justo encima de la línea que separa la estupidez de la inteligencia.

La primera media hora de Anvil (subtitulada El sueño de una banda de rock) quizá lleve al espectador a pensar que aquí no hay historia: dos cincuentones que ni siquiera llegan a la categoría de juguete roto (lo que elevaría sus posibilidades dramáticas), atrapados en una mente adolescente, con demasiado poco que contar. Sin embargo, con el transcurso del metraje, se descubre que, más que con This is Spinal Tap, con lo que tiene que ver Anvil es con Grizzly man, aquel documental de Werner Herzog sobre un chiflado desconectado de la realidad que decía amar a los osos mientras estos le atacaban continuamente hasta que uno de ellos lo devoró. Los tipos de Anvil siguen empeñados en que se los coman los osos (de la industria musical), pero en su aplastante ingenuidad reside su verdadero triunfo.