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El mayor plan de ajuste de la democracia
Columna
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El gran error

Josep Ramoneda

El principal error del plan de ajuste de José Luis Rodríguez Zapatero ha sido la congelación de las pensiones. Un ahorro de 1.500 millones -que bien podía conseguirse por otras vías- no justifica la pésima señal dada a la ciudadanía. El Gobierno va acumulando días sin decidir cómo se concreta el aumento de la fiscalidad de los que más tienen -cuando a la vista están figuras escandalosas como la Sicav- y, en cambio, no ha vacilado en apretar las clavijas a los pensionistas. Es un error por triple motivo: porque es una decisión manifiestamente injusta; porque dilapida el capital acumulado por el PSOE como garante de los derechos sociales de los ciudadanos; y porque ha dado a la oposición la coartada que necesitaba para negarse a votar el ajuste.

La vía reformista va camino de una nueva derrota. No hay proyecto económico socialdemócrata
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Se dirá que es obsceno ver al PP actuando como defensor de las clases populares si se repasan sus políticas en la materia. Pero ese es un problema del PP. El problema del PSOE es que con esta desafortunada decisión ha abierto la espita de la fuga de votos. En 1974, Giscard d'Estaing ganó la presidencia de la república francesa a François Mitterrand en un debate televisivo famoso porque negó a la izquierda "el monopolio del corazón". Zapatero ha renunciado voluntariamente al monopolio, es un decir, de la protección social: un valioso regalo para la derecha.

Con todo, más grave que la decisión es el argumento que, según han informado los medios de comunicación, Rodríguez Zapatero utilizó ante sus compañeros de partido: solo un gesto de dureza de este calibre puede satisfacer a los mercados. Sabemos perfectamente que el presidente del Gobierno compuso el plan de ajuste bajo la presión de lo que algunos llaman el directorio europeo. Para mayor vergüenza, esta imposición ha llegado con Zapatero como presidente semestral de la Unión Europea: es decir, que el que formalmente manda en Europa ha sido obligado a hacer un plan de ajuste por quienes mandan de verdad. Sabemos perfectamente que él no hubiese querido hacer este cambio. Pero lo ha hecho. Y lo ha hecho sin siquiera darse un margen de autonomía a la hora de definir los términos concretos del recorte, y asumiendo como argumento de autoridad la amenaza de la voracidad de los mercados. A partir de aquí, la comedia nacional se dispara. El PSOE, asumiendo el ajuste que venía pidiendo desde hace tiempo la derecha; el PP colocándose cínicamente en el rol de defensor de los humildes. Y CiU representando el histriónico papel del nacionalista catalán que salva a la nación española de la irresponsabilidad de su derecha. Sería cómico si no fuera porque la situación es dramática para muchos ciudadanos.

El gran problema que subyace bajo este penoso episodio viene de lejos: es la derrota de la socialdemocracia europea. Al inicio de la crisis se abrió una duda: era una oportunidad para una reforma del capitalismo que corrigiera los excesos que condujeron a este desastre o, al contrario, una consolidación del capitalismo de casino, fruto del desmesurado poder de las instituciones y de los agentes financieros. Ahora ya está claro que la vía reformista va camino de una nueva derrota. La decisión de Zapatero de apretar a los pensionistas para satisfacer las bajas pasiones de los mercados confirma esta deriva. Es el triunfo de la idea de Hayek de que la justicia social sólo es un espejismo. Y de que no hay otra justicia que el crecimiento.

La política de Zapatero en contra de la cultura socialdemócrata se ha fundamentado sobre una concepción de la política y de la economía como espacios autónomos. Durante los años de bonanza económica, el esquema funcionó: las propuestas en materia de derechos civiles daban identidad ideológica a la izquierda, con la ayuda de una derecha tan reaccionaria como la española. La economía seguía su curso. Pero, cuando la atención se ha centrado en la economía, ha emergido la cruda realidad. No hay proyecto económico socialdemócrata hoy en día en Europa. La derecha ha ganado porque su posición ideológica es clara: la política es principalmente economía. Hasta el punto de que da por buena la sumisión del poder político al económico.

Si, con la crisis, el vértigo se instala en ciertos sectores de las clases medias, podemos encontrarnos con que la elección política en Europa quede limitada a liberales y conservadores o neofascistas, con el consiguiente riesgo para la democracia. Y con la izquierda lamiéndose sus heridas, incapaz de adaptarse a un mundo en que el sujeto político de cambio dejó de ser uno solo, tras aparecer una diversidad de movimientos emancipatorios que no ha sabido articular políticamente. Ahora están perdidos en el magma de la crisis.

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