El Facebook de Byron
En Coyoacán era tanta la calma que parecía que el cielo se hubiera juntado con la tierra, abatiendo el ruido con su peso. Caminaba pausadamente junto a Sergio Pitol y Juan Villoro y de pronto oímos la voz de un niño gritándole a otro a voz en cuello:
-¡Tengo 300 amigos!
El grito me llevó a recordar que Félix de Azúa había comentado, no hacía mucho, que la vida de las nuevas generaciones está apantallada. La mejor prueba de esto la ofrecía aquel niño, víctima indudable de las pantallas de Internet. Porque sin Facebook era difícil comprender que alguien pudiera llegar a creerse tan descomunal cantidad de amistades. Claro está que siempre nos quedará lord Byron. Acabo de leer la minúscula biografía (Nortesur) que le escribiera Giuseppe Tomasi di Lampedusa y en ese pequeño gran libro hay dos evidencias. Una es la de que el poeta Byron tenía muchos amigos, 300 como mínimo. Y la otra, el gran sentido del humor del que está dotado su biógrafo, como lo prueban las líneas en las que se nos cuenta que una mañana, cuando se disponía a viajar para ir a verla, Byron recibió la noticia de que su madre había muerto. No estaba enferma, solo demasiado gruesa y un poco asmática. Poseía un osezno al que quería mucho y que tenía en su salón. "Ese osezno enfermó y murió: la buena señora se sintió desesperada, pero, por la tarde, cuando empezaba a recobrarse, le llegó la cuenta del tapicero. Se enfadó tanto que le dio un ataque de apoplejía y, al llegar la noche, ya estaba muerta. Byron llegó a tiempo solo para las exequias de su madre y del oso, que se celebraron conjuntamente".
Nos creemos digitales y ultramodernos, pero la red social ya estaba en la elegante caja del poeta
Precisamente Azúa, a propósito de este Byron de Lampedusa, ha comentado que, cuando comparamos nuestros héroes habituales con los antiguos, es imposible no sonreír ante la paradoja de que todo siga igual siendo por completo distinto. Se refería a los héroes de las multitudes y al hecho de que el bello y cojo Byron fue una figura mediática antes de que estas existieran. Fueron tantos los amores del lord que estos apenas caben en una biografía tan mínima como la de Lampedusa. Y lo que cabe aún menos es la turbadora historia de Ada Byron, la hija del poeta, hoy en día considerada una precursora del software y una auténtica visionaria de la informática (quizás la primera), nada menos que un siglo antes de la invención de los ordenadores. ¿Fueron los Byron los médiums utilizados por extraterrestres para revelarnos la dimensión digital y apantallarnos? Alguien tendría que indagar en esa sospecha.
En realidad hubo en la vida de Byron solo tres amores verdaderos: su esposa, su hermanastra Augusta (le dedicó grandes versos) y Teresa Guiccioli. Y, al parecer, 300 amigos, tantos como los del niño del Facebook de Coyoacán. A su muerte, dejó a su camarada Hobhouse una carga preciosa: el Don Juan inacabado, sus memorias autógrafas y una gran caja. Sus memorias las arrojaron de inmediato al fuego su esposa y su hermanastra. La caja fue abierta y contenía 300 miniaturas: "Byron, hombre asaz meticuloso, hacía pintar los retratos de todos los amigos a los que quería y de todas las mujeres a las que había amado. Y cada miniatura estaba guardada en un sobre de marroquinería".
Nos creemos ultramodernos y digitales, pero Facebook, con sus 300 retratos, ya estaba en la elegante caja de Byron. "Todo está en todo" es el entrañable lema de los alquimistas que tanto complace a Sergio Pitol. Y sí. Todo está en todo, es verdad, aunque la caja con sus 300 estuches (puede verse en el Museo Byron de Newstead) es de una belleza muy superior a cualquier página digital con 300 fotografías de amigos o de oseznos contemporáneos, lo que nos confirma tanto la paradoja de que el mundo de hoy es idéntico al de antes (siendo por completo distinto) como la sospecha de que cualquier Facebook pasado fue infinitamente mejor.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.