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Una ciudad de espaldas al vertido

La joya del Misisipi, la hermana mayor de las localidades que pueblan el delta del río, finge vivir ajena a los problemas que se dan tan sólo a 20 kilómetros al sur. Cada noche, aquí, se repite la misma escena. Los músicos salen a la calle Bourbon a improvisar. Mujeres jóvenes suben a los balcones de los bares a lanzar abalorios al género masculino. Las ostras se abren y se sirven como afrodisíaco de una noche sin fin.

A los trabajadores que se les pregunta por el vertido, dicen algo similar: "El 77% de nuestros mariscos provienen de las zonas que siguen abiertas a la pesca". Lo comenta un camarero en el bar de ostras Desire. Lo repite un relaciones públicas en la esquina de Toulouse. Esa frase está extraída, de hecho, de un comunicado enviado por la Agencia de Convenciones y Turismo de Nueva Orleans a los negocios locales. Es la versión oficial, bien aprendida.

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Cliff Hall, dueño de la distribuidora de pescados New Orleans Fish House, va más lejos: "Quien nos afecta es BP, quitándonos pescadores. La demanda sigue intacta. Las ventas no bajan. Y los pescadores no salen a pescar en las aguas que siguen abiertas porque BP les ofrece dinero por sus barcos, para salir a recoger el crudo. Marisco hay para aburrir".

Nueva Orleans se aferra tozudamente a la normalidad. Vive de espaldas al vertido, aunque, desde el jueves, algunos vecinos del barrio francés se quejen de ráfagas de un olor a gasoil. La ciudad confía ciegamente en su recuperación, después de la lóbrega resaca posterior al paso del Katrina.

En un reciente estudio de la Universidad de Nueva Orleans, el 61,9% de los restaurantes encuestados (344 en total) asegura haber llegado al mismo volumen de negocio de antes del huracán. El resto espera llegar a ese punto en un año. Para ello depende en gran parte del marisco. La mancha, de momento, puede significar que escasee, que aumente su precio o ambas cosas a la vez. Por eso, fingir que aquí no ha pasado nada es una prioridad.

El vertido no podía llegar en peor momento, comercial y moral. Los ciudadanos de Nueva Orleans tienen motivos para el orgullo. En muchos balcones cuelga la bandera de los Saints, el equipo de fútbol local, que en febrero ganó la Super Bowl. Se vive un fervor en las calles que deja el vertido en segundo plano. A una manifestación convocada el sábado por la organización ecologista Sierra Club acudieron sólo unas 190 personas, al grito -tímido- de "salvad el delta".

La mancha de crudo es más importante entre bastidores. El pasado 3 de mayo, tras tomar posesión de su cargo, el nuevo alcalde de la ciudad, Mitch Landrieu, telefoneó a Barack Obama. Le expresó al presidente su preocupación y le pidió que presione a BP para que evite que el crudo llegue a tierra. Lo hizo a puerta cerrada, casi en secreto. Es la manera en que Nueva Orleans ha decidido tratar con esta marea negra: que el problema no se note y que siga la fiesta.

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