Una vida dedicada al arte español
La colección privada del millonario mexicano Juan Antonio Pérez Simón, expuesta en París, saca a la luz obras maestras de los siglos XVII al XX
A los siete años, en 1942, Juan Antonio Pérez Simón llegó a México procedente de Asturias de la mano de sus padres, unos labradores emigrantes que confiaban en abrirse paso al otro lado del mar. A los 15, tuvo una novia que le inoculó el veneno de la cultura y el arte. A los 68, convertido en uno de los más prósperos empresarios mexicanos, asociado, entre otros, con Carlos Slim, considerado desde hace meses el hombre más rico del mundo, Pérez Simón posee una colección de pintura que llega a los 1.500 cuadros. Un puñado de obras maestras de la colección se exponen, hasta agosto, en el Museo Jacquemart-André, de París, en una muestra titulada Del Greco a Dalí. Todas tienen en común dos cosas: pertenecen a la escuela española y han permanecido ocultas o no muy vistas por muchos durante años.
El empresario ha pujado a veces por la misma obra que la baronesa Thyssen
Un ejemplo: hay una monumental Inmaculada Concepción de Murillo, pintada en algún momento entre 1670 y 1675, que viajó a México en el siglo XVII, que regresó a Europa en el siglo XIX, a Inglaterra, para ser exactos, desde donde volvió a partir de nuevo hacia América a principios del siglo XX. Allí languideció en un convento de EE UU hasta desaparecer del mapa. Salió a la luz en 1991 en una subasta millonaria. Y Pérez Simón se hizo con ella.
El cuadro que sirve de cartel, el prodigioso San Jerónimo que agarrando un cráneo mira hacia el cielo oscuro en silencio, pintado por José de Ribera en 1648, también vagó perdido hasta que en 1990, en Madrid, lo adquirió también el mexicano.
Así, la exposición, de una cincuentena de obras escogidísimas, es una suerte de radiografía de la pintura española: desde un diminuto cuadro de El Greco a un impresionante paisaje playero de Sorolla que ilumina por sí solo la sala entera; desde un original retrato de Federico de Madrazo (retrato de María Amparo Cienfuegos Jovellanos) a un dibujo delicioso de Picasso hecho en el reverso de una tarjetita de publicidad de la fábrica de medias y calcetines de Barcelona, donde el pintor, que conocía a los dueños, pasó algunas tardes de 1902.
El primer dinero que Pérez Simón gastó en arte fue en su juventud, en dos reproducciones del Museo del Prado: Las lágrimas de San Pedro, de El Greco, y Los borrachos, de Velázquez. En los años sesenta, en su primera visita a París, pasó días visitando las interminables salas del Louvre. Cuando acababa, volvía a empezar. Después viajó a Arles a respirar el mismo aire que Van Gogh. Paralelamente al despegue de su carrera empresarial, empezó a adquirir originales a principios de los años ochenta. En los noventa frecuentaba ya las casas de subastas de Londres, Nueva York o París. Cuenta que se ha batido en pujas a cara de perro con la baronesa Thyssen, una por un zuloaga que al final se quedó ella.
"No compra cualquier cosa, tiene un criterio, un gusto personal poderoso que le empuja a rechazar cuadros que le ofrecen y a perseguir los difíciles de encontrar", explica Véronique Gerard-Powell, comisaria de la exposición. Y añade: "Pérez Simón tiene una colección de pintura española importantísima; gracias a su dinero y a sus compras se rescatan cuadros que podían acabar en manos de, no sé, un coleccionista ruso, por ejemplo, que lo mantendría oculto y separado del resto". Para Gerard-Powell la exposición servirá también para arrumbar ciertos "clichés" que pesan aún en Francia sobre la pintura española, centrados en lo religioso y lo tenebroso.
Pérez Simón, además de obras maestras del arte, colecciona búhos a cualquier precio (incluso a un dólar), libros (tiene 75.000) y, entre otras cosas, los recuerdos del compositor mexicano Agustín Lara: a su viuda le compró el piano, las partituras y hasta los bastones. Vive en sus varias residencias rodeado de las obras de arte que ha adquirido: en un salón de su residencia mexicana luce el retrato de Goya de Doña María de Vallabriga y Rozas, pintado en 1783, convertido en joya de la exposición. En un pasillo algo oscuro, según alguien que ha visitado la casa, se encuentra el Retrato de mujer, de Julio Romero de Torres, cedido también para la muestra. Él mismo confesó en una entrevista hace años que en el cuarto de baño de su casa cuelga un picasso verdadero.
Babelia
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