Museo del Mamut
Fedor Kasperovich Shidlovskiy puso bajo mi nariz el enorme cuerno de rinoceronte lanudo. "¿A qué huele?", preguntó en ruso. Olía vagamente ácido, remoto, excitante. "A prehistoria", dije. "A pleistoceno", concretó el robusto paleontólogo moscovita asintiendo. La vida tiene estas cosas: sales un mediodía a comer miserablemente solo y acabas rodeado de mamuts y otras fabulosas bestias pretéritas. Y todo ello sin moverte de Barcelona, en la calle de Montcada 1, concretamente. Hacía tiempo que quería visitar el museo del Mamut pero dejaba pasar los días confiado en que después de 10.000 años, no venía de una semana. Ayer, jornada gris donde las haya, en la prórroga de un crudo invierno digno de la Ice Age, me encontré de repente bajo la grandiosa reproducción del Mammuthus primigenius, que es uno de los reclamos espectaculares del centro. Los mamuts me pueden, tienen algo de cálido y entrañable. En 2004 hasta lloré en el Museo de Historia Natural de París ante el cuerpecillo de Dima, el congelado bebé mamut hallado por Logachev en el valle siberiano del río Kirgilyaj y que aún tenía, snif, leche de su madre en el estómago. Como en el "museo-teatro de la edad del hielo" (!) barcelonés puedes tocar, me aferré emocionado al pelo del gran mamut, que tiene enredos. "Es de yak", me informó Ramón, el guía del centro, que en tres meses han visitado ya 3.500 personas, la mayoría extranjeros y, cierto, algunos pensando que entraban en el Museo Picasso. Es un lugar algo desconcertante, porque te recibe una cría de mamut sentada con un ramo de margaritas en la trompa, bajo los especímenes hay césped artificial y el otro día se les cayó un cráneo de oso de las cavernas (actualmente en restauración), por no hablar de que puedes adquirir abalorios hechos de marfil de mamut y peluches. Pero hay cosas sensacionales: los esqueletos auténticos, curvas defensas, cráneos y molares de mamut, y hasta una vitrina ¡con lana de verdad! de esos ancestrales proboscídeos. El material pertenece a la fundación Shidlovskiy, al que unas proyecciones muestran extrayendo colmillos en Siberia. "¿Quieres conocerlo?", me dijo Ramón. Abrió una puerta y ¡ahí estaba el hombre!, de paso entre dos expediciones. Me pareció que el mediodía viraba ya hacia lo prodigioso. Fedor está muy orgulloso de su museo, que completa, opina, la oferta cultural de la ciudad. Cree que Barcelona es "muy de mamuts" y señala el de la Ciutadella. Me explicó que hace 30 años que busca mamuts. Pasó 19 sin encontrar ni uno, y mira que son grandes. Pero ya ha hallado cinco. Le pregunté si, en la tradición de los grandes descubridores de esas bestias congeladas, ha probado alguno. "Sí, es como comer chaqueta de cuero, lo de que su carne resulta sabrosa es pura fantasía". Shidlovskiy necesita gente recia para sus exploraciones en Yakutia. Por si está muy desesperado, le he dejado mis señas. Mamuts, mmm...
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