Un acuerdo necesario
Más que nada, el acuerdo alcanzado la semana pasada en Bruselas -y con gran esfuerzo- sobre el apoyo financiero a Grecia tiene el mérito de existir. No justifica ni la satisfacción de los dirigentes europeos ni el pesimismo de quienes anuncian un poco precipitadamente el fin del euro. En el mes de febrero, el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, aseguró que los países de la zona euro corroborarían su solidaridad hacia Grecia. Desde el 25 de marzo, los contornos de esa solidaridad han quedado perfilados, y son fruto de un tête à tête de dos horas entre Nicolas Sarkozy y Angela Merkel y, por lo tanto, de un compromiso entre quien se preocupaba por la urgencia de la situación griega y quien oponía el medio y largo plazo de las medidas necesarias.
La cuestión en Bruselas era cómo ayudar a Grecia sin dejar en evidencia a Merkel
De hecho, la cuestión era esencialmente política, y se puede formular así: ¿cómo ayudar a Grecia sin dejar en evidencia a Merkel? ¿Cómo manifestar la solidaridad europea sin que la canciller se retracte?
Como siempre, en los asuntos europeos, hay que saber contentarse con un compromiso. Pero también hay que decir que ahora hay que contentarse con poco.
El lado positivo: la existencia misma de un dispositivo que vincula a los miembros de la zona euro entre sí. Este dispositivo, que no existía -era su ausencia lo que planteaba un problema-, consiste en prever una ayuda en forma de préstamos bilaterales "como último recurso". Como deseaba Alemania, un tercio de esta ayuda se pedirá al FMI. El lado negativo: el rodeo, incluso minoritario, por el FMI, cuestionado por Francia y otros países. Como decía un ministro francés: aceptar recurrir al FMI es dar "señales de debilidad" de nuestras instituciones, es demostrar que "Europa no es capaz de defender sola su propia moneda". Se trataba del ministro francés de Reactivación Económica, Patrick Devedjian. Otro aspecto negativo: el hecho de que la puesta en marcha de este dispositivo requiera la unanimidad de los 16 países de la zona euro, lo que equivale a conceder un derecho de veto a Alemania.
Precisamente, una Alemania en la que el espíritu público ha tenido mucho peso, en el mal sentido de la expresión. Por un lado, cabe decir: es normal que los alemanes pidan a los países de la zona euro que se sometan a cierto número de reglas. Es además el espíritu del Tratado de Maastricht que funda la unión monetaria. Por otro, no es normal que la única doctrina alemana sea el repliegue sobre sus intereses nacionales que, además, son a corto plazo. Pues, ¿qué ganaría Alemania si el euro llegase a estar en peligro?
A decir verdad, la situación política para la canciller es particularmente difícil. Todos conservamos en la memoria su victoria electoral, sin tener en cuenta el hecho de que la coalición que forma con los liberales es infinitamente más difícil para ella de lo que lo fue la que la vinculaba a los socialistas durante la legislatura precedente. Los liberales urgen a Angela Merkel a bajar los impuestos precisamente en el momento en que la canciller sermonea a toda Europa sobre el control del déficit, que, por el contrario, debería conducirla a aumentarlos. Así que podemos lamentarlo, pero también podemos constatar que, teniendo en cuenta la dificultad real para gobernar Alemania, el acuerdo de Bruselas es un compromiso afortunado. En efecto, Alemania tiene pendientes unas elecciones regionales. Si, como los sondeos dan a entender, el partido de Angela Merkel las pierde, ella perderá también su mayoría en el Bundesrat. Ahora bien, en Alemania, todos los textos votados por los diputados deben ser ratificados por el Bundesrat. La canciller se encontraría por tanto a la cabeza de una coalición imposible y bajo la posible censura de la oposición socialista. En estas condiciones, se comprende que la adhesión de Angela Merkel al compromiso de Bruselas fuese calificado de "inesperado y valeroso, teniendo en cuenta las presiones considerables a las que está sometida", según los términos del entorno de Herman Van Rompuy. Francia está ahora convencida de que Alemania participará, si el dispositivo de crisis tuviera que activarse. De hecho, Alemania va a proponer a Francia que se sume a su proyecto de constitución de un fondo de crisis alimentado mediante un impuesto a los bancos en Europa.
Esta Europa constantemente amenazada de retroceso o desintegración debe congratularse de que la voluntad de manifestar un mínimo de solidaridad hacia Grecia haya prevalecido. Aunque quepa lamentar la concesión hecha a Berlín sobre el papel del FMI. Como ha dicho Jean-Claude Trichet, "los Gobiernos de la zona euro no deben abandonar sus responsabilidades actuales". Sin embargo, estos han consentido un abandono parcial. Pero ha sido para preservar lo esencial. Ahora queda por ver si ese dispositivo bastará para desanimar a los especuladores que quisieran continuar su trabajo sucio atacando a España o Portugal. Pero mañana será otro día...
Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
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