No es una sopa de letras
La introducción del etiquetado nutricional en los productos alimenticios, con información cuantitativa sobre los principales nutrientes, incluyendo aquellos cuyo consumo excesivo y continuado puede suponer riesgos para la salud, constituye una herramienta importante en la estrategia global europea de combatir los principales problemas de salud relacionados con la alimentación, como la obesidad, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares. Es un elemento esencial, sobre todo como parte de un conjunto de iniciativas relevantes, como el reglamento de declaraciones de salud en los alimentos en el conjunto europeo, la promoción por el Parlamento Europeo del libro blanco Estrategia europea sobre problemas de salud relacionados con la alimentación, el sobrepeso y la obesidad, o como iniciativas en diferentes países. Y merece un claro respaldo; por encima de los inevitables balances de intereses que enmarcan su desarrollo. En efecto, la información de la etiqueta nutricional ayuda a una mejor comprensión de lo que contienen los alimentos, facilita que el consumidor pueda elegir con más criterio y, consecuentemente, le ayuda a conformar dietas más saludables y mejores hábitos alimentarios, lo que sin duda supone notables beneficios para la salud del consumidor en general.
Sin embargo, tal conclusión se sujeta a dos condicionantes principales: que el consumidor lea la etiqueta y que, además, la entienda. En general, los estudios muestran que el consumidor entiende mejor determinada información (energía, grasa, fibra dietética, cantidades diarias recomendadas, azúcares, grasa saturada) que otra (sodio, kilojulios). En muchos casos el consumidor se beneficiaría más de un etiquetado que expresara la composición por raciones en lugar de por 100 gramos de producto, pero las raciones tienen un significado muy heterogéneo en Europa.
Desde luego, consideramos preferible una información cuantitativa y neutra como la contemplada por la CE, y acompañada de información/formación, que algunas formas de señalización (Reino Unido) demasiado simplistas (a modo de semáforo).
Para que la implementación de la nueva etiqueta nutricional se traduzca, efectivamente, en beneficios para la salud es preciso garantizar la claridad y legibilidad de la etiqueta (tamaño de letra, contrastes), siempre controvertidas. Otros factores condicionantes lo son a nivel de consumidor: su formación, nivel cultural y socioeconómico, edad, motivación, su interés por la salud, su adherencia a medios de comunicación, el tiempo disponible...
El grueso de los cambios en Europa en materia de alimentación y salud avanza pensando en un consumidor cada vez más consciente e informado, que toma decisiones superando (en parte) antiguas posiciones más paternalistas de la Administración (coma de todo, variado, y no se preocupe). Tampoco nos olvidemos de otros factores como la actividad física, los hábitos o patrones alimentarios, el ambiente social, o que cada uno de nosotros, con una dotación genética característica y con una historia de experiencias irrepetibles (alimentarias, emocionales), vamos configurando nuestra individualidad, también con una diferente respuesta a los alimentos. Pero ese etiquetado queda pendiente.
Andreu Palou es catedrático de Bioquímica de la Universidad de las Islas Baleares y presidente del Comité Científico de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN).
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