Fausto, capitalista
Gerardo Herrero, prolífico productor y director, en general de mayor pegada en la primera de sus tareas, comenzó su carrera como realizador con un par de títulos enmarcados en el cine de género que sorprendieron, por desacostumbrados, en una industria española en la que agarrar una pistola con naturalidad aún parecía algo imposible. Sin embargo, Al acecho (1987) y, sobre todo, Desvío al paraíso (1994), escrita por unos jóvenes Daniel Monzón y Santiago Tabernero, dejaron paso a un director más preocupado por la sociología que por la intriga psicológica con una serie de irregulares películas, casi todas adaptaciones literarias, que pretendían retratar a la sociedad de su tiempo: de Malena es un nombre de tango a Las razones de mis amigos, de El principio de Arquímedes a Heroína. En su nuevo trabajo como productor y director, Herrero parece haber mezclado ambas querencias: la del cine de género de sus inicios y la de la preocupación por la realidad económico-social que le circunda. Sin embargo, El corredor nocturno, coproducción hispano-argentina (al igual que El secreto de sus ojos, su último éxito como productor), basada en una novela del uruguayo Hugo Burel, nunca alcanza identidad propia en ninguna de las dos vertientes.
EL CORREDOR NOCTURNO
Dirección: Gerardo Herrero. Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Miguel Ángel Solá, Érica Rivas. Género: intriga. España, Argentina, 2009.
Duración: 120 minutos.
El coro de actores del filme no parece haberse puesto de acuerdo
Como muestra de los desmanes del capitalismo salvaje y de los turbios individuos que lo fomentan, ya sea desde los grandes despachos, ya sea desde las mesas de oficina mirando de reojo el posible ascenso al despacho, la película es de trazo grueso, pontifica demasiado, verbaliza hasta el exceso. Mientras, como cinta de intriga de evidentes reminiscencias fáusticas, a medio camino entre la doble personalidad de El club de la lucha o El doctor Jeckyll y Mr. Hyde y las historias de psicópata acechante de un microcosmos en apariencia perfecto, a la manera de Atracción fatal o Mujer blanca soltera busca..., la película de Herrero aguanta apenas unos instantes de entretenimiento y muy poco más.
En materia formal, la fotografía de Alfredo Mayo, así como la dirección artística, persiguen acentuar el perfil bajo del protagonista, un ejecutivo de polémico pasado profesional y blanquísimo presente familiar, a través de una luz y unos decorados de tonos grisáceos. Sin embargo, el coro interpretativo no parece haberse puesto de acuerdo. Así, el inmutable hipernaturalismo de Érica Rivas contrasta de mala manera con el extremo sufrimiento de Leonardo Sbaraglia y con la cadencia a lo grand guignol de Miguel Ángel Solá. Aunque lo peor es que cuando el in crescendo narrativo debe hacerse insoportable y, sobre todo, cuando hay que empezar a dar respuestas a los enigmas, no es que el guión deje cabos sueltos, es que casi todo lo visto anteriormente a la resolución de la trama está a unos pocos milímetros del risible delirio.
Babelia
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