La precipitación de Google Buzz
EL LANZAMIENTO de Google Buzz será algún día un caso de escuela, aunque nadie sabe aún qué ilustrará. ¿La red social que llegó más rápido a millones de internautas? ¿La poderosa empresa que viola reglas sociales fundamentales sin exponerse a las consecuencias de la vida política?
En sus dos primeros días Buzz vio circular nueve millones de mensajes. Sin embargo, la exposición pública y automática de las personas con quienes se intercambian emails representa tal violación de la privacidad que, de haberse tratado del Gobierno de un país democrático, su responsable ya habría dimitido.
El producto tiene virtudes. Su fuerza radica en la integración de cuatro actividades cardinales en la Red: búsqueda, redes sociales, correo electrónico y acceso móvil con la que se ahorra el cambio continuo de aplicaciones y sitios. Seesmic, TweetDeck y Yoono deben su éxito a dar acceso a diversas redes. Twitter ganó terreno cuando integró la de búsqueda. Facebook ultima su servicio de email: Titan.
Tim O'Reilly valora su capacidad de "seguimiento asimétrico. Muchos usamos el correo electrónico como principal vehículo para compartir ideas, informaciones...". Buzz es un email que se dirige a todos sin que el emisor deba seguir a quienes lo leen. Es el secreto de Twitter, "algo que, en retrospectiva, es tan brillante que será emulado por los demás sistemas de correo basados en la nube".
El valor del producto no impide que menospreciemos su inadmisible presentación. Conectar a Buzz a todos los usuarios de Gmail sin su permiso y hacer pública su red más íntima es "inaceptable porque ha revelado información delicada de millones de personas", dice Dave Winer.
"Si trabajara para el Gobierno iraní o chino enviaría a geeks a revisar las cuentas de los activistas en Buzz para verificar sus conexiones", escribe Evgeny Morozov en su blog NetEffect, publicado por la revista Foreign Policy.
Muchos analistas hablan de error, fracaso o de "choque de trenes a cámara lenta", aunque no está claro que Google pague un elevado precio. Muchos internautas han protestado, pero pocos abandonan la marca, como Kirk McElhearn, de MacWorld, aunque tampoco podrá prescindir de todos sus servicios: "Cuando aparezca un buscador comparable, también dejaré de buscar en Google".
El lanzamiento fue, quizá, un "riesgo calculado". La idea se discutió el 16 de febrero en Yi-tan.com, la comunidad tecnológica animada por Jerry Michalski y Pip Coburn. Permitió empezar, de cero, con millones de usuarios (al cabo de cuatro años Twitter difícilmente alcanza 30 millones). Se habló mal del producto, pero en publicidad sólo el silencio es nocivo.
La cuestión de fondo: la concepción de la privacidad cambia. A los jóvenes les preocupa menos que a los mayores y probablemente la cólera se apacigüe rápido. Si algunos responsables han lamentado la situación, el consejero delegado, Eric Schmidt, se niega a disculparse como le sugirió Mathew Ingram en GigaOm.com. En la feria mundial del móvil lo zanjó como una mala gestión comunicativa.
La privacidad on-line es un asunto complejo. Muchos informáticos aconsejan renunciar a ella. Pero nunca hablan de su relación con la libertad de expresión. En diciembre Schmidt dijo en televisión: "Si hay algo que no desee que alguien conozca, para empezar, no debería hacerlo". No se trata sólo de consumidores: ¿Qué pasa con los que luchan contra la corrupción y demás males sociales? "No he escuchado todavía a directivo alguno de Google mencionar la privacidad como un valor constitutivo de la libertad de expresión. Siempre dejan claro que habita en un universo diferente. Las promesas de "no hacer daño" [don't be evil es el lema de Google] no son genuinas", lamenta Morozov.
La adopción de la tecnología por parte de los políticos, el cambio en la forma de hacer campaña y gobernar son positivos, siempre que los geeks no asuman responsabilidades políticas directas.
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