El judío que se salvó con la risa
Edgar Hilsenrath recrea con sarcasmo su emigración en 'Fuck America'
Edgar Hilsenrath espera sentado en el sofá de una pequeña sala en su piso del barrio residencial de Berlín-Friedenau. Aunque le cuesta andar, el escritor de 83 años presentará la semana que viene en España la traducción de su novela Fuck America (Errata Naturae). Es la cáustica historia de un judío superviviente de los crímenes nazis que emigra a Estados Unidos. El protagonista Jakob Bronsky se le parece mucho: "En realidad, es mi historia; incluí ficción para poder contarla, porque la realidad es demasiado aburrida e incoherente".
Como mucha gente de su edad, Hilsenrath conserva la memoria exacta de hechos muy remotos. Con seis años, los insultos en su colegio en Halle le hicieron tomar conciencia de que era judío. Su padre, "un comerciante de clase media acomodada", lo envió a Rumania antes de los pogromos de 1938. En Sereth, donde casi todos eran judíos de habla alemana, vivió "los mejores años de la juventud". Pero la ocupación alemana y el régimen del títere Antonescu lo confinaron en un gueto. Así que su propia supervivencia y el espanto del Holocausto fijaron el tema de su escritura antes de los 18 años.
El escritor confiesa que se liberó del afán de venganza hace dos años
"En realidad, es mi historia; incluí ficción para poder contarla"
Han comparado sus libros con Céline y con Kafka, como constata con un punto de guasa. No ha leído a Céline y lo reconoce tranquilamente. Ni siquiera sabía de los panfletos antisemitas y pronazis del francés: "Ahora sí que quiero leerlo". Kafka le gusta. Cuenta cómo se dirigió a Max Brod "a los 18 años y desesperado por escribir". Le recomendó lecturas ("Keller y Goethe; no leí a Goethe"). Lo mismo hace Bronsky, "ese pobre diablo que lucha por sobrevivir" en Fuck America, con quien Hilsenrath compartió, además, otra desesperación en los 24 años que pasó en Estados Unidos. Con una sonrisa explica que en Nueva York "para poder estar con una mujer necesitas por lo menos 10 dólares, llevarla a comer o a algún sitio". Él no tenía esos 10 dólares. "Trabajaba de camarero para escribir, lo que en América te colocaba abajo en la escala social, como un limpiabotas". Las frustraciones sexuales de Bronsky siguen divirtiendo a su autor: "Yo sí que tuve alguna mujer, pocas, pero Bronsky nada".
En mitad de la visita, Hilsenrath pide un cenicero a su joven esposa. Acepta un cigarrillo y recuerda: "Una vez, en el gueto, me colé en un tren de la Cruz Roja que evacuaba huérfanos. Me sorprendieron sin papeles y me detuvieron con otros ilegales. Montaron dos ametralladoras para fusilarnos, pero un oficial nos mandó de vuelta al gueto. Un soldado rumano nos ofreció cigarrillos. Después de aquel susto, el tabaco me supo tan bien que no lo he dejado nunca". El tabaco mata menos que los nazis. Hilsenrath se ríe.
Regresó a Alemania hace 35 años, "sin haber olvidado nada" e "intentando no pensar en los seis millones". El Holocausto es "un suceso clave" en su vida y en sus libros. En su primera novela, el protagonista es un paria del gueto de Mogilev-Podolsk. "Yo no lo tuve tan mal, teníamos un salvoconducto que nos protegió de las deportaciones al Este". En la Ucrania ocupada, al otro lado del río Bug, esperaba la SS, que asesinaba a todos los judíos. Es común entre los supervivientes "un sentimiento de culpa impreciso, porque uno ha salido de allí y tantos otros no". Celan, Levi y Améry se suicidaron. Hilsenrath vuelve a reír: "Yo no me he suicidado, como es obvio: muy al contrario, se me desarrolló el sentido del humor".
Sobre su mesa de Friedenau, una vieja máquina Groma, austera y modesta como la vivienda, tiene aún un folio en el rollo. Una pared está cubierta de libros; enfrente hay un televisor plano. La gata Rosa ronronea ante cualquier atención de Hilsenrah. Cuando fantasea con regresar a Alemania, a Bronsky lo recibe un tipo con pinta de nazi y secretario general de Culpa y expiación (así tradujeron al alemán Crimen y castigo). Le dan dinero, chicas y una vivienda. Es una parodia de la hipocresía de la posguerra alemana, "porque no hay expiación posible, ni siquiera castigo adecuado para el Holocausto". ¿Y cuando Angela Merkel va a Yad Vashem? El "no" de Hilsenrath es rotundo: "Creo que Merkel es sincera, como su generación".
Hilsenrath regresó "por el idioma". En su novela Última estación: Berlín, el protagonista vuelve con el plan de matar a un compañero que lo maltrató en la escuela por judío. Se encuentra con un hombre amable, socialdemócrata y socio de Amnistía Internacional. Su odio se disipa. "Aquel niño existió, pero yo no fui a matarlo; vive cerca de Halle. Yo ya no tengo afán de venganza". ¿Desde cuándo? "Hará dos años".
Babelia
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