Obama da al Dalai Lama el mínimo perfil protocolario
El presidente de EE UU evita cámaras y discursos para no irritar más a China
Sin cámaras, sin discursos y fuera del simbólico Despacho Oval, es decir, tomando todas las precauciones para no irritar excesivamente a China, Barack Obama recibió ayer en la Casa Blanca al Dalai Lama, el líder espiritual del Tíbet, a quien la mayor parte del mundo tiene por un respetable hombre de paz, pero a quien el Gobierno chino trata, a sus 74 años de edad, como a un peligroso terrorista.
El portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs, se limitó a emitir una nota al final de la reunión en la que destacó que el presidente apoyó "la preservación de la identidad religiosa, cultural y lingüística de Tíbet, así como la preservación de los derechos humanos de los tibetanos en China". Obama respaldó también un diálogo directo entre representantes de Tíbet y el Gobierno chino, y ambos interlocutores destacaron la importancia de unas fuertes relaciones entre Washington y Pekín.
El mandatario había evitado encontrarse con él en octubre, antes de ir a Pekín
Washington cree que la visita del líder tibetano no dañará la relación bilateral
Obama había evitado este encuentro la última vez que el Dalai Lama estuvo en Washington, en octubre pasado, para no correr riesgos innecesarios justo en vísperas del viaje que iba a hacer después a Pekín. Ahora ha decidido cumplir con lo que ya se ha convertido en una tradición de todos los presidentes norteamericanos y ofrecer una audiencia aplaudida tanto por la izquierda como por la derecha, e inevitable como gesto de cortesía de quien posee el último premio Nobel de la Paz a quien lo ganó en 1989.
La Casa Blanca confía (y la mayoría de los expertos así lo creen también) en que, fuera de las rutinarias protestas oficiales en Pekín, este asunto no provoque mayor perturbación en una relación bilateral que tiene trascendentales asuntos de interés común. Como mucho, según se espera aquí, el Gobierno chino se hará de rogar a la hora de concretar fechas y detalles de la visita que el presidente Hu Jintao debería hacer a EE UU en torno al próximo abril.
En los últimos meses han aparecido varios puntos de fricción entre China y Estados Unidos. Además de la cita con el Dalai Lama, Pekín se quejó por la venta de 6.400 millones de dólares en armas a Taiwan, mientras que Obama habló públicamente contra las condiciones de ventaja con las que China actúa en el comercio mundial (con una moneda muy revalorizada y con severas restricciones al acceso a su mercado de productos extranjeros). "Si actuáramos en condiciones de igualdad, EE UU es capaz de batir la competencia de China", dijo.
No parece, sin embargo, que esto sea más que el duelo previsible entre las dos potencias que ya abiertamente se disputan el liderazgo internacional. La visita de Obama a Pekín, en noviembre pasado, certificó que el mundo ha dejado de ser unipolar y dio paso a una nueva realidad en la que EE UU y China están condenados a enfrentarse o a entenderse.
Por el momento, claramente hay más razones para lo segundo. La estabilidad de la economía norteamericana depende de la compra de su deuda por parte de China, mientras que el progreso del gigante asiático depende aún -aunque cada día un poco menos- de la salud del líder del capitalismo. El portaaviones norteamericano Nimitz fue autorizado a atracar en Hong Kong poco antes de que el Dalai Lama pisara la Casa Blanca como prueba de que el malestar chino no es tan grave como las declaraciones de sus portavoces dan a entender. Las cosas que realmente importan a ambos países siguen avanzando. Por ejemplo, la comisión bilateral de diálogo, en la que participan la secretaria de Estado, Hillary Clinton; el secretario del Tesoro, Tim Geithner, y sus contrapartes chinas, se ha reunido ya dos veces y va camino de convertirse en el más importante foro de debate sobre el destino del mundo.
En la agenda más inmediata, China y Estados Unidos tienen que resolver sus diferencias sobre un asunto crucial para la seguridad internacional: Irán. El Gobierno de Pekín, que es uno de los principales socios comerciales y aliados políticos de Teherán, se resiste a la imposición de sanciones que Washington promueve ya de forma inmediata contra el régimen islámico por su programa nuclear.
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