La anfetamina del arte
Con o sin trifulcas internas, pocos acontecimientos ocurren en Madrid tan vivaces como Arco. Puede ser que haya otras ferias de mayor calidad, mejor avenidas y organizadas en el mundo pero basta ésta tal como ha venido siendo para ofrecer uno de los paseos más excitantes y amenos.
Efectivamente, hay un sumario de tontadas en el lote pero la ventaja, a estas alturas, es que ya se toman como tales y prácticamente casi nadie se devana los sesos preguntándose si es arte o no es arte, o si debiera entender esto o aquello.
Las performances, o números circenses, se han confinado además en el pabellón 6 y sirven de chill out al pasajero. Los otros dos contenedores, el 8 y el 10, exponen surtidos variados según los países, la historia de los stands y, sobre todo, el gusto y la dignidad de los galeristas. Porque aquí, en el arte como en la moda, se puede ser muy vanguardista o muy underground, pero lo que acaba dominando es el buen gusto y el cabal criterio del tendero.
Hay un sumario de tonterías en el lote, pero la ventaja, hoy, es que se toman como tales
Por ejemplo, hay una galería, Espacio Mínimo, que exhibe ahora unos bastos floripondios firmados por Philip Jones de los que, a las pocas horas, tenía vendidos un par pero ¡Dios sabe qué condena perseguirá a sus compradores!
No es verdad que haya gustos para todo o que sobre gustos no haya nada escrito. En primer lugar, el gusto para todos viene a ser igual a un gusto cero y respecto a los escritos, el mundo lleva más de dos siglos llenando folios y libros. Los galeristas no precisan, necesariamente, tener buen gusto para hacerse ricos pero esta fórmula, a fuerza de repetirse vanamente, ha llegado a aburrir tanto como para arruinar la amenidad o el deleite de la feria. En ella nunca defraudará un cuadro de Tàpies, el titán natural del gusto, ni uno de Hernández Pijuan (1931-2005), el número uno de la elegancia.
De ellos pueden hallarse cuadros en distintas partes de Arco y a precios tan altos que enaltecen aún más el interés del paseo. De Gordillo o Ràfols Casamada, dos más que convencen prácticamente siempre, poseen serigrafías o litografías en Estiarte o La Caja Negra y a precios que no niegan el placer de poseerlos.
¿Novedades? La ciudad de Los Ángeles como estrella invitada de esta feria se representa en un grupo de galerías que han respondido a la participación con gotas de excelencia. Pero, por si no hubiera más presencia extranjera (además de latinoamericanos, austriacos, franceses, alemanes o coreanos / carísimos), Marlborough se bastaría para entretener la afición estética con su fondo de armario, que va desde Lucio Muñoz o Valdés a Pelayo Ortega, Juan Correa, Alberto Corazón o Abraham Lacalle. Un pintor este último (Almería, 1962), que junto a Xavier Grau (Barcelona, 1951) han sido los más apetitosos de mis preferencias en los últimos años. Pertenecen a dos generaciones distintas pero una y otra vez, cuando muestran obra nueva, la trabajan para tratar de afianzarla y mejorarla.
No es así, en mi opinión, el caso de Juan Uslé (como el de Broto), a quienes se presiente encogidos o replicándose. Como, de otra parte, me parece que se inspira demasiado estrechamente Miguel Ángel Campano (Galería Juana de Aizpuru) en Günter Fürg (Galería Lelong). O viceversa.
En Arco, como en cualquier feria de arte actual, se ven repetidos ensayos en materiales plásticos, cintas o pastas raras, más una obstinada y ciega monomanía por el aluminio esmaltado o alabeado. Se podría pasar de largo por estos puntos falaces y desplazarse enseguida desde la galería berlinesa Thomas Shulte, donde cuelga una extraña obra de Jonathan Lasker de 1981 (120.000 dólares) al disfrute de un Esteban Vicente con un precio de 85.000 euros (¿en Elvira González?).
Propio de cualquier feria es hallar casi de todo. La diferencia de este nuevo Arco, ya en su 29 edición, es que lo malo y lo feo van convergiendo y, al cabo, la buena anfetamina que procura el arte de verdad va coincidiendo con la adicción por la salud del corazón y su progreso estético.
Babelia
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