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Columna
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Los demonios del PSC

Francesc Valls

La "fatiga del tripartito", verbalizada el pasado miércoles por el consejero de Educación, Ernest Maragall, es una expresión que sirve para exorcizar todos los demonios que desde hace años tienen poseído al PSC y que ahora -cuando tantas cosas parecen acercase a su fin- se manifiestan a sus anchas.

Los apologetas de la libertad de expresión se han congratulado de que esta opinión salga a la luz. Su punto de vista tal vez sería otro si la frase la hubiera pronunciado un consejero de Esquerra Republicana o de Iniciativa per Catalunya. No hay más que recordar el correctivo que recibió recientemente el consejero Josep Huguet cuando dijo -en conversación privada captada por los micros- algo que piensa una parte de la ciudadanía: que los Juegos Olímpicos de Invierno son una "fantasmada electoralista". No hace falta que los políticos sean sinceros todo el tiempo, es suficiente con que sean honestos y prudentes.

Maragall quiere un golpe de timón estratégico; un PSC más catalanista, con grupo parlamentario propio y un cambio de relaciones con el PSOE

En todo caso, la conferencia de Ernest Maragall ha acabado convirtiéndose en debate público. Es un secreto a voces que el PSC se siente encorsetado por la alianza, que, a su vez, le ha dado la ansiada presidencia de la Generalitat. Por méritos propios y con el actual régimen electoral no la habría alcanzado ni en una sola ocasión de no haber contado con el concurso de Esquerra e Iniciativa.

Eternos rivales, CiU y PSC comparten un amplio espacio político y electoral. Unos y otros saben que un gobierno conjunto sería, para el perdedor, el abrazo del oso, un gesto que de tan efusivo puede provocar sofoco y desmayo. CiU y PSC se quieren y al tiempo se muestran necesariamente esquivos. El destino los obliga a ser partidos de alternancia. La polémica conferencia de Ernest Maragall toma como base esa buscada centralidad y, a partir de ahí, dibuja horizontes de futuro para el Partit dels Socialistes: grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados, giro catalanista, ocupar el espacio de CiU y, por fin, poder constituir un Gobierno desde una posición indiscutible de fuerza. ¿Quiere Ernest Maragall la sociovergencia? ¿Busca la grosse koalition el hombre que, en 2003, tras la constitución del primer tripartito, pretendió prescindir nada más entrar en el Palau de la Generalitat de todos los cuadros convergentes de la Administración? No. El consejero persigue más bien un golpe de timón, un cambio en la orientación estratégica del PSC. La Ley de Educación, moderada y más asumible por CiU que por los actuales aliados de ICV-EUiA, es un laboratorio de ese proyecto que esboza Maragall.

De momento, la pretensión enunciada no pasa de ser un mero cuento de la lechera que puede acabar con el cántaro hecho añicos. Los socialistas, como Maragall, desearían que el partido estuviera au dessus de la mêlée con socios no determinantes. Todos buscan cómo hacerse con la parte del león de la centralidad. Pero cada familia del PSC tiene sus propias recetas.

No es poca la tarea que se le plantea al sector más catalanista del PSC: por un lado, conseguir que la dirección juzgue que es el momento óptimo para tener grupo parlamentario propio. Luego, convencer al partido del cambio. Al tiempo, replantear las relaciones entre PSC y PSOE, entre Cataluña y el resto de España, según ha reiterado Maragall y ha remachado el consejero de Economía, Antoni Castells. Un PSC más catalanista puede defender en voz alta y sin complejos una propuesta federal frente, por ejemplo, al clamoroso silencio que ha mantenido sobre las consultas soberanistas en Cataluña.

Mientras ellos piensan en sus propuestas, en los réditos de la venta de la leche, CiU está seis puntos porcentuales por encima del PSC en intención de voto (10 según las encuestas convergentes). Los integrantes del tripartito corren el peligro de no sumar en las próximas elecciones. Y, si la situación no se quiere agravar, lo que el Gobierno catalán de José Montilla precisa es poco ruido y mucho silencio para los próximos siete meses.

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