Eva paga por el paraíso
Desde la metáfora del pecado original, con Eva en el primer plano de la culpa, las mujeres lo tienen difícil en las religiones del Libro. Pagarán durante milenios el haber provocado la expulsión del paraíso terrenal. Eso se piensa en Roma, pero también entre los anglicanos tradicionalistas. Se supo cuando Benedicto XVI les abrió las puertas, a finales del año pasado, creando para ellos una generosa estructura pese a que el acogimiento suponía la llegada a la Iglesia católica de sacerdotes casados. Ya se dijo entonces que no habría la misma generosidad con las mujeres, si la Iglesia de Inglaterra continuaba por el camino de introducirlas al fondo del santuario.
Se pensó que el acuerdo entre el Vaticano y los tradicionalistas anglicanos azuzaría el cisma que ya estaba colmando la paciencia de la jerarquía separada. Roma pareció regocijarse. Este nuevo incidente ahonda la discordia entre los sectores anglicanos en disputa. Los mayoritarios no cederán en su idea de que la mujer tenga los mismos derechos que los hombres, consolidada ya en otras muchas confesiones protestantes. Los minoritarios se cargan de razón, una vez más, en su idea de culminar su particular romería (hacia Roma). El precedente del ex primer ministro británico Tony Blair anunciaba lo que está ocurriendo.
¿Consecuencias inmediatas? Una muy evidente: las negociaciones entre ambas jerarquías para poner punto final al cisma del siglo XVI, y sellar una unidad total, pasan a mejor vida. Otra, más sutil: Roma consolida su decisión de cerrar el paso a la mujer hacia el ministerio ordenado. La contrapartida para los anglicanos, que ahora suman unos 77 millones en todo el mundo, es que el camino para la ordenación de mujeres obispo será polo de atracción de los cristianos que creen que su fe no está reñida con la igualdad entre hombres y mujeres. En definitiva, la Iglesia anglicana puede perder peso, pero gana coherencia y se aleja del fantasma del cisma.
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