Mercadillo de crisis
Decenas de vendedores toman los sábados al atardecer los aledaños de Glòries para ofrecer todo tipo de objetos usados
Como un enjambre que se dispersa y reorganiza al ritmo que pasan cerca las patrullas de la Guardia Urbana, cada sábado al anochecer se organiza un mercadillo ilegal de todo tipo de productos usados en el tramo de la avenida Diagonal que sale de la plaza de las Glòries. Decenas de vendedores ambulantes atraen a compradores y curiosos. Venden mercancías variadas, muchas de ellas desgastadas y en apariencia usadas, esparcidas sobre mantas en el suelo. La Guardia Urbana, en un intento de mantener la vía pública limpia de la improvisada venta ambulante, irrumpe en el lugar e intenta dispersarles. Los vendedores se escurren, se esconden en sus vehículos deteriorados y se ocultan en callejones, para montar unos minutos más tarde sus puestecillos unas decenas de metros más allá.
"A la lavadora y listo", dice una mujer al comprar una sudadera
El juego del ratón y el gato dura toda la tarde. Algunas patrullas van a pie; otras, a bordo de vehículos policiales. El ambiente, más que de tensión, es de mutuo hartazgo. Al final, incluso, los agentes dejan tranquilos a los vendedores durante media hora, que éstos no desaprovechan.
Maribel y Andreu, vecinos del barrio desde hace 35 años y miembros de la Asociación de Vecinos Fort Pienc, explican que la venta ambulante perjudica a la seguridad del barrio y crea conflictos: "Mi hija me dice que no la espere los sábados a comer, que no quiere venir por miedo; un día de venta ambulante le robaron el bolso de un tirón".Los vecinos denuncian que es habitual ver coches con las lunas reventadas tras el mercadillo. El matrimonio, además, afirma haber visto a muchos vendedores hurgar con palos entre la basura, buscando objetos que luego puedan vender.
Mientras, en la calle, la Guardia Urbana y los vendedores siguen jugando al escondite. Una pareja de mujeres latinoamericanas, cargadas con bolsas llenas de ropa bajo los brazos, observan a los agentes de reojo y se ocultan tras las palmeras del paseo. Un par de magrebíes, que arrastran más bolsas y un carrito de la compra, ofrecen un anillo, que aseguran que es de oro, por un par de euros, sin perder de vista los movimientos de la policía.
Cuando los agentes dan una tregua, los vendedores no tardan ni un instante en desplegar sus mantas expositoras en un lateral del paseo. Los compradores, muchos de ellos extranjeros o personas mayores, observan detenidamente los objetos a la venta. Muchos llevan linternas para ver mejor en la oscuridad. Cuando encuentran algo de su agrado, empieza un largo regateo con los vendedores.
Una señora de mediana edad acompañada de su hija compra una colonia usada por unos pocos euros tras probarla y llenar el ambiente de un olor dulzón. Bajo el brazo, la mujer sostiene una sudadera femenina, también recién adquirida. Dice ignorar la procedencia de los artículos y si son o no usados: "A la lavadora y listo". Añade que el mercadillo es una buena medida contra la crisis.
Unos metros más allá un hombre hojea un pesado libro, una compilación de novelas de Benito Pérez Galdós, editada por el Instituto Cervantes, con los bordes desgastados. Casi todo lo que se vende en estos suelos tiene el aspecto de haber sido muy usado: agendas electrónicas sin cargador y con la pantalla rayada; teléfonos móviles, también sin accesorios; zapatos, de hombre, mujer y niño, algunos desaparejados; discos duros desguazados; ropa de todo tipo apelotonada; grifos con los tubos de plástico colgando, amputados; juguetes y muñecas...
Media hora más tarde, la Guardia Urbana vuelve a la carga. Dos patrullas suben a la acera lateral de la Diagonal con las luces encendidas y las sirenas en marcha. Los vendedores, una vez más, se dispersan. Pero no se van muy lejos...
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