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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Futuro a la carta

Manuel Rodríguez Rivero

En Anticipaciones, publicado en 1901 con el subtítulo de "un experimento de profecía", H. G. Wells pronosticaba, entre otras cosas en las que acertó, la derrota del militarismo alemán, la revolución de las costumbres sexuales y la formación de la Unión Europea. Ni por asomo se le ocurrió imaginar que un siglo más tarde un puñado de fanáticos, descendientes de súbditos de las colonias británicas, robarían poderosos ingenios voladores y los estrellarían contra el centro financiero del mundo (que ya no estaría en Londres, sino en Nueva York) como prueba de su determinación de instaurar una teocracia islámica planetaria.

El lucrativo arte del pronóstico, que en los países avanzados da de comer (y muy bien) a multitud de consejeros y asesores de gobiernos e instituciones, parte sin duda de la identificación de tendencias (geopolíticas, económicas, tecnológicas, demográficas, culturales), pero también del problemático principio de que, a la hora de profetizar, el sentido común siempre se equivoca, a menos de que se le alimente con abundantes dosis de imaginación. Los próximos cien años (Destino), un libro de George Friedman que el año pasado figuraba en las listas norteamericanas de best sellers, participa de todo ello. Su autor, presidente de una agencia privada de información y prospectiva, lo tiene claro: "Mi trabajo consiste en descubrir el orden que subyace al desorden de la historia y anticipar los acontecimientos, tendencias y tecnologías que nos traerá". Y, al igual que los viejos hechiceros escrutaban el vuelo de las aves o las vísceras de animales sacrificados para tratar de averiguar la voluntad de los dioses, Friedman también selecciona los elementos (datos, tendencias, historia) sobre los que construye su apropiación ideológica del porvenir.

El arte de pronosticar el futuro no es ajeno a los deseos y ansiedades de quien lo practica o encarga. El pronóstico es "psicoanalizable"

Para Friedman el futuro (el siglo XXI) seguirá siendo estadounidense. En realidad, asegura, la hegemonía norteamericana -sin rival desde 1991- no ha hecho más que comenzar. Estados Unidos es todavía una nación joven e inmadura, y su poder, fundamentado en su predominio geoestratégico (controla los mares como única potencia transoceánica), económico (su PIB es el 26% del mundial) y militar, seguirá marcando el ritmo de la historia. Para Friedman la guerra contra el yihadismo está ganada, y el siguiente gran reto de Estados Unidos será impedir la formación de coaliciones que intenten disputarle su supremacía. China sufrirá profundos desequilibrios y tensiones sociales y económicas que debilitarán su despegue; Rusia recuperará puntos en el palmarés de las potencias amenazantes, pero son Japón, Turquía y Polonia las naciones que podrían aliarse para derrotar al gigante americano. Habrá guerra "global", pero, tranquilos, se cobrará menos vidas humanas y se disputará desde el espacio. Tras el conflicto (que tendrá lugar a mediados del siglo), el mundo se reordenará de nuevo y los Estados Unidos, ahora potencia madura, experimentarán una auténtica edad de oro apoyada en un desarrollo vertiginoso de inimaginables tecnologías. El descenso de la natalidad (menos trabajadores, menos consumidores, menos soldados) será el gran reto del siglo, hasta el punto de que habrá que pagar a los inmigrantes para que acudan a vender su fuerza de trabajo a los centros económicos. El calentamiento global, se resolverá "gracias a la combinación del descenso demográfico y el dominio del espacio por una potencia global" (¿adivinan cuál?). A finales del siglo XXI, la gran amenaza será México, con el que surgirán fuertes conflictos agravados por la enorme cantidad de mexicanos (la "quinta columna") que residirán en EE UU.

Total, que el arte de pronosticar el futuro ("sé realista, espera lo imposible", es la divisa de Friedman), no es ajeno a los deseos y ansiedades de quien lo practica o lo encarga. Cualquier pronóstico es siempre "psicoanalizable". Friedman está encantado de ser americano, lo que puede entenderse. Pero su imaginación es limitada y sólo se desarrolla en una dirección: en la misma que el orden político que defiende y al que brinda sus servicios. Hay otros futuros, claro. Y todos empiezan ahora.

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